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Candidatus, candidus, candere

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Las palabras candidato, cándido y candela comparten raíz etimológica: el verbo candere que significa “ser blanco; brillar intensamente”. En Roma, candidatus eran quienes aspiraban a cargos públicos y, vestidos de túnicas blancas, exhibían sus cualidades de honradez, fidelidad y pureza. La etimología, además de ofrecer esas relaciones de origen y de familia, ilumina el sentido de las palabras que usamos ahora, por lo tanto, nos da comprensión de la realidad actual.

Estamos en momentos de campaña electoral y los discursos de los candidatus parecen los de entonces: exhiben sus cualidades y dan fe de sus bondades, sobre todo, de lo honrados y pulcros que son. Sin embargo, también desde Roma, esas características eran el punto mínimo, la base. Es decir, la garantía de ser cuidador de los recursos públicos y propender por el bien común es tan básico que no tendría porqué estar en el discurso como un diferenciador.

Cándido. Entra entonces el candidus: “blanco brillante”. La característica de brillante hace que el candidato resalte entre otros. Y así debería ser: elegir a uno entre muchos porque ese, en quien confío, resalta por sus capacidades. Es decir, se diferencia entre la multitud y es apto para el cargo al que vamos a llevarlo, desde donde hará su trabajo, precisamente, haciendo uso de sus destrezas en bien de todos. Aquí otro “sin embargo”: los discursos de los candidatos parecen que se enraizaran más en la acepción actual de cándido, aquella que alude a ingenuo. Algunos creen que es suficiente con repetir frases gastadas y subir un poquito el volumen para que les entreguemos nuestra decisión de voto.

Vale decir en este punto que, muchas veces, los candidus somos los electores. Nos dejamos descrestar por pequeños brillitos, por promesas repetidas. Elegimos, más de una vez, al menos malo. Pero el asunto del electorado será tema de otra columna.

La falta de creatividad en las campañas puedes ser muestra de la falta de destreza para cumplir con las promesas una vez se llegue al cargo público. Seguir repitiendo a estas alturas, por ejemplo, “que los recursos públicos son sagrados” como elemento diferenciador, me parece increíble. Aclaremos: vivimos de escándalo en escándalo, de corrupción en corrupción… Otros, elegidos en el pasado, se han robado lo inimaginable. Esa es la realidad. Por eso, hacer de lo fundamental solo un eslogan acarrea un riesgo inmenso. Las propuestas deberían superar lo que tiene que ser el mínimo común denominador. Entonces, teniendo como base que sí, que los recursos públicos son sagrados y que hay que cuidarlos, ¿hay algo más qué proponer?

Otro ejemplo de la falta de brillantez: “vamos a recuperar a Medellín”. Candidatus: Medellín es más que cuatro años de una muy mala administración. Los problemas son serios y estructurales; tienen raíces profundas de muchas décadas atrás. Pero, que su discurso sea tan corto es muy mal signo. Medellín está profundamente adolorida, con cicatrices que aún no sanan; empobrecida, violenta y, más angustiante aún: sin ilusión de mejora. Estamos en la oscuridad y lo más triste es que las alternativas de mejora no generan confianza.

Candere. Nos urge que el brillo de los candidatos sea más que un destello incandescente. Más que el espectáculo de hablar durito y repetir frases vacías. Necesitamos que sus campañas y, más importante, el cumplimiento de su deber cuando lleguen al cargo público, sean calor permanente que transforme: candela que permanezca encendida, que de luz. Que recurra a la parte de Medellín que aún tiene fuerza para que ayude a sanar el todo. Un calor reparador desde lo creativo; que alimentado por la ética y la estética sea capaz de hacer modificaciones ya no “en contra de”, sino a favor de todos. Un calor amoroso que guíe las prácticas políticas por caminos más justos. Que nos ayude a reconocer la belleza y la riqueza de esta ciudad que, a pesar de tanto, sigue palpitando con contundencia.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/maria-antonia-rincon/

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