Hace unos días, Semana llevó a cabo uno de los primeros espacios públicos de debate entre candidatos a la Presidencia de la República, que tituló como el “Debate de los pesos pesados”. De ese listado difícil de agotar de nombres que se supone todavía están dentro de las posibilidades de partidos y alianzas para conformar el tarjetón definitivo, participaron cinco candidatos con una cercanía visible en propuestas y posturas frente a la realidad y el futuro del país, en un escenario que resultó bastante predecible.
Desempleo, déficit fiscal, políticas de subsidios, salario mínimo, salud, entre otros. Son temas que deben ser los que se sigan abordando con quienes aspiren a ser elegidos, pues volvieron a revelar la necesidad de formular preguntas más complejas para el país y menos útiles a los fines de los medios de comunicación: ¿Cómo reconstruimos la confianza entre el Estado y los ciudadanos?
No se trata de un asunto menor. La confianza entre Estado y ciudadanos hace posible la colaboración y la cooperación, incentiva que se puedan emprender acciones conjuntas, aquello que en este espacio he llamado el proyecto común de país. Diego Bautista, quien ha liderado ejercicios de diálogo social territorial en los lugares de mayor afectación del conflicto en Colombia, y que él mismo los ha denominado como improbables, lo expresa de manera suficiente en un texto que titula “Confiar sin miedo”, y que se incluyó en la colección de textos Futuro en tránsito editada por la Comisión de la Verdad. Confiar se hace necesario en la vida cotidiana. Lo hacemos todo el tiempo, en espacios familiares o escenarios sociales más amplios que hemos aprendido a aceptar y compartir, pero también supone riesgos que debemos estar dispuestos a asumir. “Cuando decidimos confiar en algo o en alguien, nos lanzamos como un trapecista que, en las alturas, asume el riesgo de suspenderse desde el vacío hacia su pareja, aunque no sin el temor de que luego de unas piruetas en el aire pueda no encontrar las manos que lo recibirán y le ayudarán a continuar el vuelo”.
El estado tiene un papel importante como soporte de la confianza entre las personas, y de ellas con las instituciones. “Si bien la confianza es voluntaria en el sentido de que nadie nos obliga a confiar, el Estado puede darnos mayor certidumbre para arraigarnos a confiar. Un tercero – el Estado- hace que alguien haga lo que yo espero que haga cuando confío en su persona y puede volver a confiar en alguien porque veo que no solo ambos compartimos intereses, sino que hay un tercero – el Estado – que asegura que sigamos confiando el uno en el otro”.
Seguro existen múltiples rutas posibles para reconstruir la confianza entre el Estado y los ciudadanos, pero un camino posible, dice el autor, resulta de la decisión de fortalecer la gestión del Estado en relación con dos competencias básicas: la seguridad y la justicia. No se trata exclusivamente de la legitimidad de los organismos de seguridad y de justicia, se trata de la efectividad, eficiencia, ponderación y transparencia en la gestión de esos servicios que resultan fundamentales para mediar en la construcción de confianza social. No son temas nuevos, no son asuntos que no se hayan tratado en las campañas electorales, pero son apuestas necesarias que si no se abordan con la profundidad y el conocimiento suficiente para generar mayor confianza entre los ciudadanos y el Estado, no podríamos avanzar en el rumbo de la recuperación de la confianza.
La discusión por las propuestas en materia de seguridad y de justicia son, en el fondo, un debate por la recuperación de la confianza entre los ciudadanos y el Estado. Los candidatos deberían aprovechar su posición para servir de vehículo seguro para volver a reconstruir esa confianza, deberíamos exigirlo. Encontrar posibles rutas de mejoramiento en estos asuntos sería una ruta para que el Estado vuelva a ser un garante de la confianza social de la que habla Bautista.