Bogotá contra todo pronóstico

Bogotá contra todo pronóstico

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A veces me gusta imaginar cómo eran los lugares que habito antes de la llegada de los ibéricos y su concepción del espacio y la ciudad. Me pregunto, por ejemplo, cómo hicieron Tisquesusa, su pueblo y sus antepasados, para soportar las bajas temperaturas de Muyquytá, a 2.600 metros sobre el nivel del mar. Algo muy especial debía tener esa sabana para que allí se instalara el centro del zipazgo muisca.  

Me imagino la sorpresa de Gonzalo Jiménez de Quesada y los sobrevivientes de la expedición, al llegar a Muyquytá y divisar, desde los cerros orientales, el paisaje de una sabana habitada, fértil y atravesada por el agua. Una sensación similar debieron experimentar Sebastián de Belalcázar y Nicolás de Federmán.

Es muy poco probable que en ese entonces se imaginaran cómo sería Muyquytá cinco siglos después, habitada por más de ocho millones de personas. Sigue haciendo frío y a pesar de las enormes moles de cemento, el agua, como en ese entonces, busca su cauce e inunda la sabana. A pesar de que el paisaje observable desde los cerros orientales es distinto, sigue impresionando a quien lo observa. Dijo Nietzsche en algún momento que «si miras fijamente al abismo, el abismo te devuelve la mirada”. Hay mucho en mí de esos dos millones y medio de familias, tal vez más.

De un tiempo para acá me he convencido de que Bogotá es una ciudad contra todo pronóstico. No me refiero solamente al frio o las lluvias incesantes. Construir la ciudad más poblada del país, a 2.600 metros de altura, a más de 900 kilómetros de distancia del puerto marítimo de Santa Marta y a más de 150 kilómetros del puerto fluvial de Honda, es una proeza llevada a cabo por unas quince generaciones. Para mí, todo esto sigue siendo un misterio y aunque hay varias teorías plausibles, me queda faltando.

Me sorprende que una ciudad con un optimismo de apenas del 16% siga funcionando. De hecho, lo que más me sorprende es que una ciudad construida contra todo pronóstico tenga apenas el 16% de optimismo. En los últimos años ha llegado incluso a ser tan solo del 10%. Lo he dicho varias veces en este espacio y lo repetiré cuantas veces sea necesario: En Bogotá lo normal es hablar mal de la ciudad, el que haga lo contrario se equivoca. No importan los datos y las evidencias, sencillamente se equivoca.

En Bogotá se instaló la narrativa del fracaso. En seguridad, en economía, en educación, y en muchos aspectos, Bogotá tiene mejores indicadores hoy que en el pasado y que frente al resto del país. De hecho, en estos días se conocieron dos datos bastante contrastantes: la medición de optimismo de Invamer (a la cual ya me referí) y el dato del PIB de la ciudad, que durante el segundo trimestre del 2022 creció un 15% con respecto al mismo periodo del 2021. Parafraseando a Fabio Echeverri: a la economía le va bien pero a la ciudad le va mal.

Me temo mucho que la narrativa del fracaso se va a intensificar durante este año. Comienza la carrera electoral y en un año estaremos eligiendo alcalde y concejales. Por un simple cálculo electoral muchos se van a concentrar en señalar que la ciudad está en su peor momento, así el peor momento ya haya pasado hace décadas. Ese tipo de política, incapaz de reconocer lo bueno y que sobredimensiona lo malo, le ha estado haciendo mucho daño a Bogotá.

Tengo enormes diferencias con la manera en la que Claudia López ha gobernado a Bogotá. Durante mi campaña a la Cámara de Representantes fui enfático en señalar que lo que más me molestaba de su gobierno era la manera engañosa en la que gobernaba. Hizo campaña con mentiras, con promesas falsas, desconociendo que en buena medida la mayor parte de las obras que ha estado entregando vienen del gobierno anterior.

No estoy de acuerdo en la manera en la que ha manejado la finanzas del Distrito. Entregará una ciudad endeudada en tiempos en los que el dólar está llegando a los cinco mil pesos. Pero a pesar de esto no entrega una ciudad fallida. Se que lo que digo no es popular, que lo más rentable es culpa a Claudia López de todo. Me resisto a sumarme a las filas de la narrativa del fracaso.

Creo que habría sido mucho mejor alcaldesa si, por ejemplo, hubiese reconocido que la sede universitaria que inauguró la semana pasada, la Sede de la Policía Metropolitana o buena parte de los colegios que ha entregado durante su gobierno, se deben a los esfuerzos de gobiernos anteriores. Al hacerlo podría contribuir a reconstruir la confianza perdida entre la ciudadanía y sus gobernantes y en ese caso ella misma saldría beneficiada. Pero no. Esa no es Claudia López. No se ha dado cuenta de que esa manera oportunista de gobernar no le ha servido en las encuestas. Sigue cayendo.

En Bogotá debemos aprender a valorar la idea de que es una ciudad contra todo pronóstico y a imaginarla de otra manera. No me cansaré de invitar a los líderes políticos a que realicen sus críticas sin caer en el amarillismo catastrofista. En algún momento, en Bogotá, deberíamos ser capaces de criticar a nuestros gobernantes sin necesidad de caer en la narrativa del fracaso o gobernar reconociendo lo bueno de los antecesores.

Bogotá tiene que dejar de ser un proyecto político personal. A Bogotá hay que pensarla e imaginarla en colectivo, eso incluye imaginar el pasado y el futuro. Hay que trascender la mirada de corto plazo, de creer que se gobierna solamente para los cuatro años o para satisfacer un capricho personal. A Bogotá hay que gobernarla con grandeza, como lo merece una ciudad construida contra todo pronóstico.

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