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Los seres humanos tenemos la tendencia intuitiva de remitirnos a nuestra concepción del mundo al momento de pensar, hacer o suponer. Partiendo de eso, en todos los rincones del planeta hay personas que se despiertan, comen y se acuestan viviendo bajo el instinto de la negatividad, es decir, encontrando lo malo en un mundo que tiene muchas cosas buenas.

Soy un convencido de que el mundo está mejor de lo que vemos y leemos a diario, especialmente en las redes sociales. Para poner un ejemplo, durante los últimos diez años la proporción de trabajadores en el mundo que vivían en la pobreza extrema se redujo a la mitad, pasando de 14.3% en 2010 al 7.1% en 2019. Desde 1990 más de 1.200 millones de personas han salido de la pobreza extrema. De acuerdo con la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible de la ONU, el reto es erradicar por completo este flagelo y si bien la pandemia supone un obstáculo en ese cometido, una porción importante del planeta está trabajando para lograrlo, aún sin proponérselo directamente.

Sin embargo, frente a este dato comprobado, el instinto de negatividad aparece. Generalmente, viene acompañado de una distorsión argumentativa, donde la persona plantea el debate entre pobres extremos y multimillonarios, sin ver que la gran mayoría de las personas no está en ninguno de estos dos espectros. Hoy el mundo enfrenta un reto en términos de desigualdad, pero eso no significa necesariamente que el resto de la gente esté viviendo peor. Un empresario joven y muy talentoso me dijo hace un tiempo una frase que siempre voy a recordar: en Colombia nos la pasamos hablando de pobreza ¿cuándo será que comenzamos a hablar de la generación de riqueza?

Lo que ocurre entonces es que si uno parte de una concepción errónea del mundo, sistemáticamente hará suposiciones erróneas. La complejidad de lo que ocurre en nuestro planeta y a nosotros como especie es lo suficientemente alta como para intentar explicarlo de una forma binaria. Los cambios tienden a ser graduales, lentos, y creo que esa es una “trampa” que lleva a muchos a suponer, sin importar en qué continente estén, que este mundo no tiene arreglo. Sobre esto quiero plantear la certeza, en apariencia contradictoria, que da origen a esta columna: existe la posibilidad de que algo esté mal, pero aun así esté mejorando. La pobreza está mal, pero hoy somos menos pobres; la violencia está mal, pero hoy hay menos guerras que en el pasado; las enfermedades están mal, pero hoy nos demoramos menos tiempo en encontrar las curas; la desigualdad está mal, pero hoy hay más gente que vive mejor.

En ese sentido, puede ser que un país como Corea del Sur haya abordado sus problemas desde un enfoque posibilista, es decir, sin esperanzas desmedidas ni miedos paralizantes, lo que le permitió pasar de ser uno de los países más pobres en la década de 1950 a una de las principales economías del mundo. Es posible que no se hayan sentado a diagnosticar indefinidamente sus problemas, sino que buscaron cómo podían ser mejores a pesar de ellos. Los problemas que enfrentamos no pueden llevarnos a negar el progreso que vive el mundo a diario. Quizá lo que deberían hacer los visionarios apocalípticos es cambiar de enfoque y dejar de disfrazar a la suposición de certeza. El mundo está mejorando y esa es una opinión basada en hechos reales.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/andres-jimenez/

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