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En la columna anterior, con motivo del 12 de octubre, cuestioné los discursos maniqueos que cada año vuelven a ser titulares, en los que se romantiza la vida y la sociedad precolombina y se destruye todo lo que llegó de Europa. Entre espectáculos mediáticos de exigencias de disculpas y la glorificación de la conquista y los conquistadores hay unas historias y unos personajes fascinantes que no caben en la interpretación dualista o en la investigación “judicial” de los crímenes contra la humanidad. Esta semana reflexiono sobre otros dos protagonistas de la conquista de México que, como Cortés y De las Casas, han sido manoseados por historiadores y opinadores y cuya vida y obra es central en nuestro entendimiento de la época.
Bernardino de Sahagún (1499-1590), quien escribió uno de los textos más impresionantes de la conquista (12 tomos en castellano y náhuatl con más de 2000 ilustraciones) y quien se considera uno de los primeros etnógrafos (su fuente principal fueron los indígenas), dijo de Moctezuma: “…era tan temido que nadie osaba mirarle de frente; cuando salía de su palacio, todos bajaban los ojos, y no osaban levantar la cabeza.” El emperador de los mexicas, Moctezuma Xocoyotzin, había logrado ascender en la estricta escala social local por una combinación de sangre noble, destreza militar y conocimiento y liderazgo religioso (era experto en interpretación de códices). Bajo su reinado los mexicas, liderando la triple alianza con Texcoco y Tlacopan, se consolidaron como el imperio más fuerte de Mesoamérica gobernando desde Tenochtitlán, una metrópolis de cerca de 250,000 habitantes. A partir de las crónicas y de artefactos recuperados se ha intentado reconstruir el accionar y la personalidad de Moctezuma. Reformas elitistas que fortalecían a los nobles sobre los plebeyos, expansión militar y esclavización de los enemigos, presión fiscal sobre los pueblos vencidos y una estricta relación con la religión, los ritos, los templos y con los dioses fueron algunas de las características de su tiempo como emperador. Temido y admirado, pero también despreciado por líderes de otras naciones (Huejotzingo y Tlaxcala), el emperador presidía sobre un sistema fragmentado y amenazado desde adentro cuando Cortés apareció en el horizonte. Su espiritualidad y misticismo (dicen que se debatía sobre si los españoles eran dioses) han sido señalados como debilidades que propiciaron su caída y la del imperio azteca. Algo de eso puede ser verdad, pero lo cierto es que, tarde o temprano, todos los pueblos caerían ante la fuerza militar y las armas biológicas (viruela, sarampión, tifo y tosferina) invasoras. Cortés era solo la primera oleada y hasta la memoria del emperador sería herida de muerte. Durante años se dijo que los mismos aztecas habían matado a Moctezuma para cobrarle su debilidad, pero hoy hay consenso de que murió en manos de los españoles.
Cortés, De las Casas, Moctezuma, Sahagún, Cuauhtémoc, Bernal Díaz, todos, palidecen ante la figura enigmática, colorida, trágica, poderosa e injustamente señalada de La Malinche. Durante cientos de años la figura de Malinalli, Malintzin o Doña Marina fue vapuleada con el título de traidora. Este ataque, no obstante, denota tanto machismo como ignorancia. Para empezar hay que decir, como ya lo mencioné la columna pasada, que no existía tal cosa como una solidaridad de pueblo entre las naciones originarias. Eran aliados estratégicos en el mejor de los casos y enemigos acérrimos en general. Se enfrentaban, se masacraban y se esclavizaban. Malinche, precisamente, fue vendida por su madre a un grupo de comercializadores de esclavos (no, no eran españoles) quienes luego de perder en batalla la entregaron a un cacique maya y este, también después de ser vencido, la entregó a Cortés. Malinche había sido abusada y esclavizada desde sus 16 años por pueblos originarios, (¿acaso puede hablarse de solidaridad? ¿de sentido de pertenencia?) Enfrentar a los mexicas era algo natural y que sus enemigos del momento fueran los recién llegados con armaduras y caballos fue algo circunstancial.
La Malinche era políglotá (algunos cronistas la apodaban “La lengua”) pues hablaba varias lenguas originarias, pero además aprendió castellano rápidamente y así logró ser no solo traductora, sino consejera de Cortés. Los relatos y las ilustraciones de la época la ponen al lado del medellinense en las negociaciones con los pueblos de Tlaxcala y en las reuniones con Moctezuma, pero también sola al frente de indígenas y soldados en múltiples situaciones. Su poder fue inmenso tanto que el mismo Cortés la mencionaba en sus cartas al emperador Carlos V. A pesar de ser una esclava, La Malinche entendió su momento, sabía de sus capacidades y de las necesidades de los españoles y se convirtió en una protagonista fundamental (quizás la más importante) de la conquista de México y una de las mujeres más poderosas de la historia.
Los análisis e interpretaciones en blanco y negro de la conquista (de cualquier hecho histórico, realmente) solo sirven para movilizar la indignación y la rabia hacia personas y sistemas que desaparecieron hace cientos de años, pero dejan de lado personajes y situaciones complejas, profundas y fascinantes que quizás nos pueden dar luces sobre quienes somos y pueden acercarnos a descubrir qué ha significado y qué significa hoy este mestizaje de culturas, poderes, creencias y continentes que es Latinoamérica. Victimizarnos cada 12 de octubre es vano y poco creativo. Buscar nuestros males y nuestras condenas en le llegada de los españoles es un ancla que nos amarra al subdesarrollo y la inmadurez.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/santiago-londono/