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Antioqueños y judíos

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El novelista y poeta Jorge Isaac, nacido en Cali pero radicado toda su vida en Antioquia, se pregunta en “La tierra de Córdoba” lo siguiente:

“¿De qué raza desciendes, pueblo altivo,

titán laborador,

rey de las selvas vírgenes y de los montes níveos

que tornas en vergeles imperios del cóndor?”

En esta pregunta Isaac sintetiza un anhelo profundamente arraigado en el alma antioqueña: el anhelo del origen, la búsqueda obsesiva por la identidad. Y es que para nadie es un secreto que durante siglos los paisas han tratado de dar sentido a la existencia de ciertas características culturales que marcan diferencias notables con otras regiones de Colombia y de América Latina. El valor casi religioso de la familia y los lazos comunitarios, la fortaleza de una ética del trabajo traducida en el éxito económico y el desarrollo empresarial, la capacidad para resistir y superar la adversidad, la alta natalidad, la endogamia, la facilidad para el verbo y la palabra, la extroversión, así como la veneración y el respeto por la tradición, han generado tanto en Antioquia como fuera de ella la asociación entre los paisas y los rasgos culturales por medio de los cuales es descrito el pueblo judío.

La vinculación entre paisas y judíos no carece de fundamento. Todo lo contrario, los estudios históricos y genealógicos dan cuenta de una fuerte presencia judío-sefardí desde los orígenes mismos de la fundación de Antioquia, e incluso antes. Esta influencia fue particularmente relevante durante el periodo denominado “colonización antioqueña”, donde cientos de familias (muchas de ellas compuestas por cristianos conversos, es decir, por antiguos judíos que evitaban la persecución religiosa adoptando la ritualidad y la práctica cristiana) se desperdigaron monte adentro en lo que hoy son territorios de Caldas, Risaralda y Quindío, fundando pueblos, allanando tierras para la agricultura y practicando el barequeo en busca del metal precioso. De toda esta epopeya -tan bien ilustrada en “Horizontes”, la pintura de Cano- quedó una huella indeleble que, según escribió la historiadora norteamericana Ann Twinam en su libro “Mineros, comerciantes y labradores”, puede rastrearse en apellidos como Álvarez, Velásquez, Correa, Molina, Tamayo, Vásquez, Mesa, Montoya, Restrepo, Calle, Gutiérrez, Piedrahíta, Saldarriaga, Sierra, Vélez, Betancur, Córdoba, Yepes, Díaz, González, Moreno, etc.

Estos lazos entre ambas culturas son tan originarios que incluso la historia se confunde con el mito. En el año 1650, el rabino Menasseh ben Israel publica en Ámsterdam su obra “Esperanza de Israel”, en la que cuenta cómo, ocho años antes, el también judío Aron Levi tuvo un encuentro con una comunidad hebrea radicada en el territorio de la Provincia de Antioquia, en América. Estos judíos habrían llegado con Jiménez de Quesada en 1536, cuando el Conquistador dio inicio a su excursión por el río Magdalena, y habrían formado una colonia en las estribaciones del río Nare. La comunidad judía asentada en las selvas de Antioquia sería descendiente de las tribus de Israel que fueron exiliadas por el rey asirio Sargón II en el siglo VII a. C. Así mismo, afirma Menasseh ben Israel que dicha comunidad mantenía contacto y convivencia pacífica con los pueblos indígenas que poblaban la zona, conservando sin embargo tradiciones como la circuncisión, la observancia del “Shabbat” y la celebración de las fiestas judías.

Aún hoy, en pleno siglo 21, es posible todavía encontrar los relictos de prácticas judías o criptojudías en la vida cotidiana de los paisas, sobre todo en los pueblos del suroeste o del oriente antioqueño. Citemos, por ejemplo, la arepa, hecha con la masa del maíz, la cual encuentra su similitud con la “matza” judía, y que se come en la pascua (pan ácimo), o la parva con chocolate en las tardes, y que los judíos llamaban “parve”. Particularmente llamativa es la práctica de “matar marrano” en los diciembres, con lo cual el cristiano converso negaba su origen hebreo, pues al judío le está prohibido por la Torá comer carne de cerdo. A los judíos que adoptaban el cristianismo se les conocía en Europa como marranos. Por último, el castellano que hablamos en Antioquia tiene una fuerte influencia del ladino, el dialecto usado por las comunidades judeoespañolas.  

Somos pueblos hermanos, sin lugar a dudas. Cada uno, a su modo, ha tenido que enfrentar dificultades para su subsistencia. En el caso de los Antioqueños, además de la violencia irracional y una geografía agreste, hemos debido sortear también los prejuicios, los estereotipos y el rechazo de un país para el cual resultamos extraños y peligrosos. En el caso de los judíos, su historia milenaria habla por sí sola. Han resistido con su fuerza y su genialidad a los múltiples intentos de aniquilamiento por parte de aquellos que consideran que el pueblo de Israel no tiene derecho a existir. Actualmente, luego del atentado del 7 de octubre de 2023, que dejó 1.200 muertos y más de 240 secuestrados, enfrentan la amenaza del terrorismo islámico y sus distintas Organizaciones armadas, que han jurado destruir a Israel. Pero como ha sucedido una y otra vez a lo largo del tiempo, Israel prevalecerá.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/julian-vasquez/

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