Ansiedad, melancolía y muerte

Ansiedad, melancolía y muerte

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Una de las características de la posmodernidad es la abundancia de relatos, y frente al sufrimiento humano encontramos desde los ontológicamente acríticos hasta los más inverosímiles y descarados. En efecto, cuando nuestro tiempo pregunta por el origen del malestar, se topa con que las mal llamadas “ciencias del comportamiento” responden afincadas en un biologicismo ciego, con una psicología embebida en la metafísica del sujeto y con ese esoterismo ordinario que agrupa las fantasías del “new age”.

El ser humano, necesitado en su estructura existencial de un sentido de sí mismo, cae entonces preso en la maraña de interpretaciones circundantes que, no sólo son incapaces de brindarle alivio, sino que también le velan el acceso a una comprensión originaria que podría talvez encender de nuevo el fuego de la vida que se extingue en su pecho. Naufraga así en las delicias del conformismo que distrae, o busca por cobardía sumergirse en el placer efímero de los sentidos.

Tales equívocos son la consecuencia de un solo acto: Dar la espalda a la realidad de la muerte, a nuestro carácter de seres finitos. El dolor que arrastramos en la vida, nuestra indigencia espiritual, no es otra cosa que el intento desesperado por olvidar que morimos. Pero tal olvido nunca es posible. Por más perdido que el mortal se encuentre en las ocupaciones del mundo; por más anestesiado que viva en el paraíso artificial de las drogas legales o ilegales; por más que busque refugio en la imagen vanidosa de las redes sociales y construya castillos en el aire… allí estará la angustia, la angustia aterradora, para recordarle que la muerte le pisa los talones, que no hay plazo que no se cumpla, que el tiempo es un préstamo que agotamos moneda a moneda.

La ansiedad ha sido definida por algunos como un miedo sin objeto, a diferencia de la fobia, cuyo objeto es claro. Yo diría en cambio que la ansiedad es un miedo indefinible, pues su objeto es la muerte, y la muerte es aquello que por excelencia carece de definición. Este estado de ánimo es una forma de ocultamiento de la muerte tras una andanada de pensamientos que aparecen como catastróficos, de posibles amenazas que acechan en cada rincón del camino cotidiano. La ansiedad es un fugarse del día fáctico para intentar controlar el advenimiento del posible desastre. Pero tras el desastre se esconde agazapada la muerte, que queda así velada bajo el manto de ansiedad que teme el desmoronamiento de aquello que se ama o se desea.

Otro tanto sucede en la melancolía. Aquí la muerte no se oculta en la ansiedad de lo que viene, sino en el duelo por aquello que se fue. Duelo y melancolía comparten una misma naturaleza de ser, y Freud no fue ciego ante este hecho, aunque lo malentendió. En la melancolía el ser humano siente el peso de la muerte acaecida, de aquello perdido para siempre, pero se revela contra ella, se revuelve y lucha y se niega a aceptarla. La muerte, no obstante, muestra una vez más su omnipotencia, y entonces no queda en el espíritu sino la pura orfandad.

La muerte no es algo que nos espera al final del viaje. Lejos de eso, nuestra estructura antropológica consiste en un vivir la muerte o, lo que es lo mismo, en un morir la vida. La muerte, por tanto, hay que decidirla. Ella demanda para sí la seriedad solemne de lo inaplazable. Rehuirla tras la mampara de la sinapsis o en la fantasía metafísica del “ultramundo”, no es otra cosa que la renuncia a nuestra propia humanidad. Decidir la muerte, en cambio, es afirmar la vida. Es tomar las riendas sobre el propio destino y decir entonces: “Hoy mismo, nada tengo más que el hoy”.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/julian-vasquez/

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