Suelo escribir de lo que hago, de lo que trabajo e intento entender. Y a veces no hay material, o el ejercicio de escribir la columna semanal se torna complejo por la falta de ideas y de creatividad, y llega a la mente cierta angustia por no estar haciendo las cosas bien, una inconformidad que me es recurrente.

La primera vez que sentí ese malestar personal y pude nombrarlo fue en el 2019. Tuve un 2018 que podría llamarse exitoso en términos laborales. Vivía en Bogotá y trabajaba para dos instituciones importantes en los temas que me gustan, trabajaba bien y ganaba bien, para muchos el escenario ideal. Por distintos motivos familiares y laborales volví, en 2019, a Medellín, con un panorama no tan claro ni estable y comenzó lo que llamo la angustia. 

Intentás conseguir una oportunidad, un proyecto, volver a contactar la red de conocidos, los lugares que te han acogido y nada. No sale nada, o salen cosas pequeñas y comienza la inconformidad. ¿Qué estoy haciendo mal? ¿Será que luego de sentirme una persona con una carrera exitosa finalmente se me acabó la chispa? pensaba, o acaso ese buen rendimiento que consideraba tener no era tal y ahora descubro las carencias que me llevaron a un bajonazo laboral.

Reconocí que antes lo había vivido, pero no lo había identificado en mi paso por el sector público en Medellín en donde constantemente creía que lo que hacía no daba resultados, que no me sentía tranquilo con mi rendimiento, que la estaba cagando. Vino el 2020 y una propuesta buena de trabajar nuevamente en Bogotá, —¡Casi que no!— me dije con la esperanza de que fuera un nuevo comienzo. La pandemia, la situación de la organización con la que trabajaba y la distancia de mi esposa me hizo caer de nuevo en la angustia, en sentir que no estoy dando lo que puedo, que no podía con el cargo que asumí, que simplemente no lo hacía bien.

Esa angustia me acompaña en muchos momentos y no hablo de ella, solo hasta ahora en un día en que no se me ocurre qué escribir y me vuelve el sentimiento de culpa decido ponerlo en ideas, tratar de identificarlo. Descubro que además me apena reconocerlo, que he construido y, de alguna manera, he proyectado o trato de vender una imagen de estabilidad profesional que riñe con esto que cuento y que siento que la angustia que me visita es de cierta forma una debilidad. Y no, a veces nos pasa, y sé que a muchos por igual, y por eso estas cortas líneas tratan de calmarme pensando que está bien, que se puede nombrar.

Vivimos a partir de imágenes de nosotros mismos que proyectamos y creerse el cuento a veces es necesario, como lo es también relativizar la idea de éxito y de resultado. En lo laboral, en particular, intentar y persistir es también un logro, la realización tiene que ver con el hecho de mantenerse en una línea de intentos que a veces serpentea de manera invariable sin que podamos controlarla, pero que no por eso debemos dejar de tratar.

Hace poco una invitación al grupo Liderario me ha puesto a pensar en el liderazgo y tengo recelo de la manera en que se piensa en eso de liderar como el ejemplo virtuoso, el modelo a seguir o como la ruta a emular. Nada de lo que escribo acá parece tener que ver con ello y, sin embargo, creo que para aprender de liderazgo hay que mirar los puntos altos, las crestas de rendimiento, pero también las caídas, los ratos de angustia como momentos de sobreponerse y aprender de ellos. Tal vez ver la angustia así sea una manera de llevarla, descubriendo que no siempre estar abajo es malo.

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