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Lo dijo ya Martín Caparrós en un texto donde recuerda sus 50 años de periodismo: «…Que la prensa se guía por intereses, por ejemplo. Siempre lo hizo: siempre los diarios —y después radios y después televisoras— fueron creadas por algún sector político o económico para difundir y sostener su idea del mundo, pero ahora parece que eso fuera novedoso».
Ejemplos hay de sobra. Ahí están en los registros de la historia para conocer las maromas discursiva de los magnates y dueños de periódicos William Randolph Hearst y Joseph Pulitzer con los que convencieron a sus audiencias de la imperiosa necesidad de que Estados Unidos entrara en guerra con España para quedarse con Cuba, a finales del siglo XIX.
O si quieren un ejemplo más reciente: El Mundo y El País, ambos de Madrid, con los mismos hechos y la misma información salida del mismo juicio, diciéndoles a sus lectores que los atentados del 11 marzo de 2004, en las cercanías de la estación de Atocha, habían sido perpetradas por ETA —según El Mundo— o por células terroristas asociadas con Al Qaeda —según El País (y que fue lo que confirmó la justicia española, finalmente)—.
Hay más ejemplos, claro: las cadenas de noticias estadounidenses apoyando a Donald Trump para su llegada al poder (y tal vez preparando su retorno). «Quizá Donald Trump no sea bueno para Estados Unidos, pero es bueno para CBS», se le escuchó decir Leslie Roy Moonves, exdirector de esa cadena.
Puede ser que, en Colombia, décadas y décadas de un enemigo común alrededor del cual crear una narrativa—las guerrillas, el narco, las guerrillas de nuevo— evitaron que fuera más evidente el juego político y las movidas de poder (y servilismo) de algunos medios de comunicación.
El proceso de paz fue un reto en el que los medios resultaron incapaces de luchar contra la desinformación (algunos se sumaron a la propia tarea de desinformar). Luego, con el cambio de relatos y la llegada a la presidencia de un sector político alternativo, ha sido posible asomarse a las fisuras que, en algunos casos, son enormes grietas.
Pero no creo que la crisis del periodismo radique en esa toma de posiciones políticas. Incluso está bien que sepamos, como canta Serrat, «a quién sirven cuando alzan las banderas». Eso nos permite entender por qué El Colombiano decide publicar un generoso perfil sobre la fiscal interina Marta Mancera. ¿Es aquello periodismo? Sí, claro, del malo, que convive perfectamente y en las mismas páginas con ejercicios tan valiosos (y menos comentados) como el de la escuela de Antioquia donde solo queda un estudiante.
Está claro, pues, que los medios defienden intereses particulares —ah, qué linda sería la ecuanimidad— y que desde siempre han publicado noticias falsas (del helicóptero sacando magistrados a los exagerados gritos de holocausto), solo que ahora se les caza con mayor velocidad.
El verdadero reto, se me antoja y lo he dicho antes, es la formación de los periodistas y el mismo ejercicio del oficio de reportero.
Se queja de ello Caparrós, de aquel paraíso bohemio perdido para siempre: «Ahora, para bien o para mal, el periodismo es un oficio como muchos, con horarios y modelos semejantes, con muchas quejas sobre los beneficios y la estabilidad –pero, todavía, con esta extraña ambición de retratar el mundo». Y se quejaba también de ello Juan José Hoyos en El cielo que perdimos, aquel homenaje al periodismo que él mismo conoció y ejerció, lleno de periodistas que no hacían reportería en las calles.
Si hoy falla más el periodismo es porque fallan los periodistas. Si hoy decenas de periódicos publican, uno tras otro y sin mayor base científica que “ya lo dijeron otros”, que el chicharrón es más sano que la ensalada, es porque pocos se detuvieron a dudar. Publica y después confirmas se parece mucho al método policivo que invita a disparar para luego preguntar.
Si hoy es posible que un trino sin bases ni fundamentos se convierta en noticia viral, es porque pocos, en el afán de “moler notas” para alimentar los clics, pasan la información por el tamiz de lo sensato. Suelo decir en clase a mis alumnos que el compromiso del periodismo debe ser con lo cierto, con lo comprobable. Parece que hay periodistas a los que les basta, por pereza o mala leche, con lo verosímil.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/mario-duque/