Un súper poder es una nación que tiene un alto dominio de cada esfera de la competencia geopolítica. Hay una esfera política, una económica, una militar, una cultural, y una científico-técnica. Algunas naciones tienen altas capacidades en una de estas áreas, pero en otras tienen más limitaciones. Y no se debe caer en la falsedad de que un país necesita ser líder en todos. A veces, como así lo supuso el pacífico entorno estratégico de Europa durante las últimas décadas, se puede ser un actor global sin tener necesariamente un aparato de defensa de primerísimo orden.
Todo esto cambió cuando las botas de los soldados rusos entraron a territorio ucraniano. Frente a esta situación, y entendiendo el riesgo que la política de Vladimir Putin implica, la política europea de seguridad “ha evolucionado más en los últimos seis días que en las últimas dos décadas”, como anotó Ursula von der Leyen, presidente de la Comisión Europea. Y en este giro, se destaca Alemania. En palabras de una comentarista alemana esta última semana, Alemania tendrá que hablar “todos los lenguajes del poder”.
No iba a ser fácil convencer a los alemanes de invertir en defensa. Casi todas las familias alemanas recuerdan un familiar muerto en Europa del este, y muchos alemanes sienten una deuda histórica por el papel del ejército ruso en la caída del régimen nazi. No obstante, la situación en Ucrania ha causado un giro copernicano en la concepción del Estado alemán, el cual, de ahora en adelante, pasará a ser un gran proveedor de seguridad, no solo para su territorio, sino también para sus aliados. Con 100.000 millones de euros anunciados por el canciller Olaf Scholz, la Bundeswehr pasaría del séptimo al tercer puesto, midiendo por presupuesto. Solo Estados Unidos y China gastarían más en defensa.
Súbitamente, Alemania levantará el primer ejército de Europa.
Es de esperarse que, al ser una potencia industrial, científica e ingenieril, y gran exportadora de armamento, Alemania genere desarrollos propios e inéditos para este campo. También, que esas innovaciones se derramen a la economía civil (el gasto en defensa suele ser el disfraz para una política industrial). La cara del gobierno y de la economía del país cambiará por completo en los próximos años.
Una parte de la seguridad viene de la defensa. Pero la otra viene de la autonomía energética, y de superar la dependencia del gas ruso. De nuevo, con dos grandes proyectos que no son más que política industrial, el canciller habló igualmente de dos plantas que se construirán en puertos alemanes y que permitirán la importación de gas de otros proveedores, que ya se han mostrado interesados. Es decir, el gigante teutón sale de esta con ejército, y con mayor independencia energética.
Pero eso no es todo. La importancia de Alemania en la Unión Europea y la responsabilidad que hoy le dicen sus socios que asuma, dan a los alemanes la autoridad moral necesaria para liderar la seguridad europea durante las próximas décadas. Y como a los mejores ejércitos los deben acompañar los mejores diplomáticos, la labor de relaciones internacionales con los socios europeos y mundiales llevarán a la nación al centro de la geopolítica mundial. Es la asombrosa transformación de Europa, cortesía de Putin, lograr que Europa ruegue a Alemania que se arme, y luego le aplauda cuando lo hace. La amenaza del dictador ruso tal vez haya precipitado nuevos movimientos hacia la federalización de Europa, pues transferir soberanía militar a un ente supranacional suena mal en tiempos de paz, pero no tanto cuando el tercer ejército del mundo bombardea una democracia liberal en el país de al lado.
Los alemanes jugarán un papel esencial en la arquitectura del orden internacional que surgirá de las cenizas de la conflagración en Ucrania. Es de esperar que lideren una reconstrucción de las zonas destruidas, y acompañen el proceso por el cual Europa integrará, gradual y paulatinamente, aquellos países al este que desean unirse al mercado común. Hoy es seguro que Alemania tendrá una voz creciente en los asuntos del continente.
De cierta forma, la Alemania de hoy recuerda al Estados Unidos de Roosevelt, una nación liberal y con poco apetito de aventuras en el extranjero, que se ve arrastrada a la dificultad por eventos fuera de sus fronteras, y por las que el país se transformó en un súper poder, no porque lo buscaron, sino por urgencia histórica. Ucrania es así una especie de Pearl Harbor, pues galvanizó la voluntad de la sociedad civil.
Lord Ismay, director de la OTAN en sus primeros tiempos, dijo que la alianza buscaba mantener “a los rusos afuera, a los americanos adentro, y a los rusos abajo”. Hoy, el objetivo de la alianza que defenderá a la Europa democrática deberá mantener a Putin afuera, y a los alemanes al frente.