Al ritmo del enemigo

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Las discusiones públicas alrededor del turismo en la ciudad están en su punto más álgido. En menos de 20 años, Medellín pasó de ser una de las ciudades más violentas por el contexto de guerra urbana, a ser uno de los destinos turísticos más apetecidos en el mundo. Y es que esa historia de resiliencia, de la ciudad que pasó del miedo a la esperanza, cautivó al planeta. Esto gracias, en parte, a la sucesión de buenos gobiernos y la articulación de actores cívicos y empresariales que impulsaron la narrativa de una ciudad con propósito superior.

Sin embargo, de forma paralela y oscura, a medida que crecía el número de turistas también crecía el expendio de drogas, la prostitución, el abuso y la explotación sexual de niños, niñas y adolescentes. Pero lo que parecía ser una situación de poca exposición e interés mediático, terminó por estallarnos en la cara y ponernos el rótulo de la ciudad con el prostíbulo a cielo abierto más grande del mundo. Las causas de este fenómeno son múltiples; podría aducirse a desarticulación institucional, falta de regulación u otras situaciones conexas.

No obstante, quiero concentrarme en un aspecto, del que poco se habla de su correlación y el que muchos aplauden y consumen: el reguetón. Desde la segunda mitad de la década pasada, Medellín se convirtió en la capital mundial del reguetón por la enorme acogida de esos ritmos importados, la comunión estética de muchos elementos de esas composiciones con los remanentes de la cultura mafiosa en la ciudad y el creciente surgimiento de intérpretes oriundos de esta tierra. Personajes como J Balvin, Maluma, Karol G, Feid, Reykon y otros tantos han logrado que sus temas sean universales, pegando tan bien en los buses de Medellín o en discotecas de Seúl. Ser la cantera del género urbano y el epicentro de la producción de este, ha puesto los ojos del mundo en Medellín, pero a la par ha generado considerables externalidades negativas.

Las letras de esas “canciones” carecen en su mayoría de riqueza idiomática y en esencia son burdas y estériles. El enorme alcance y acogida que tienen amplifican el contenido de sus mensajes instalando en el inconsciente colectivo un modelo aspiracional de opulencia y lujuria. Su contenido desborda misoginia y pone a la mujer en una situación de cosificación, retratándola como un objeto de valor monetario que se obtiene, se usa y se posee.

Algunas de las canciones más icónicas y tristemente célebres pintan a Medellín como un paraíso donde quien lo visita queda absorto en un ambiente de drogas, fiesta y mujeres atractivas. El reguetón y quienes componen esas letras, son también, creo yo, responsables en algún grado de alimentar ese ideario de esta como una ciudad que no tiene más que ofrecer que rumba y sexo, que pone a la mujer paisa como una a la que se puede comprar con dinero y lujos. Pero, así como no se escatima en elogios para quienes producen e interpretan, se debería también repudiar las letras con las que venden la ciudad al mundo. No es del todo coherente alzar la voz y protestar contra esas prácticas, cuando se canta o se baila al ritmo del enemigo.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/samuel-machado/

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