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Hace unos días me encontraba en una reunión de carácter evaluativa sobre un programa que acompaño en los últimos años. Reflexionábamos acerca de las implicaciones y consecuencias en los acompañamientos colectivos. El último año nos había permitido aprender que a veces se podían detonar situaciones que requerían de flexibilidad, abordar lo individual, rescatar el acompañamiento psicosocial y no jugar en dinámicas colectivas que puedan terminar en confrontación.

Hablamos de respetar y darle lugar a los conflictos, de no sentir miedo en el ejercicio de poder, pero ser consciente de que existe un poder patriarcal que acaba, elimina y aniquila simbólicamente a la diferencia.

En dicha conversación sincera, llena confianza, siendo un espacio íntimo y de cuidado, también me hicieron un llamado: me dijeron que había generado una acción con daño. Aquel día, que no había sido asertiva con mis palabras, mediante un ejercicio telefónico pronuncié palabras fuera de contexto y preguntas de carácter defensivo que repercutieron en señalamientos y malos comentarios que alteraron algunas relaciones y el proceso en general.

Quedé atónita, mis manos comenzaron a sudar y mi cuerpo a temblar, mis latidos se aceleraron y sólo pude comenzar a escribir en mi cuaderno ¿En qué momento pasó?, ¿por qué lo hice de esa manera?, ¿qué me estaba pasando?, ¿cómo pido perdón?

Me invadió mucha tristeza, y aunque la conversación fue hermosa, reparadora y llena de aprendizajes, no pude evitar continuar pensando en los efectos de un día acelerado. 

Para quiénes trabajamos por el impacto social, generar acciones con daño es equivalente a una negligencia médica que puede acarrear consecuencias negativas y la muerte. Sin embargo, aunque es recurrente dicho término en los procesos sociales, pocas veces lo reflexionamos y le damos el nivel de importancia que amerita.

Las acciones con daño provienen de no leer los contextos, territorios y subjetividades con suficiente capacidad de escucha; se detonan cuando se toman decisiones en escritorios, en ciertas zonas de la ciudad o del país, desconociendo la multiplicidad de saberes y capacidades; develan la infantilización de las comunidades y el atropellamiento en proyectos solo por favorecer algunos intereses o unas pocas perspectivas.

Desde mi quehacer he presenciado muchos actos con daño: edificios que quedan vacíos luego de inversiones altísimas que nunca hicieron proceso de base; comunidades desoladas pero con las paredes de sus casas pintadas; procesos juveniles estallados fruto de una intervención de presupuesto participativo; canchas a medias; recursos mal invertidos y planillas llenas; empresas que imponen su visión de desarrollo y nunca les preguntan a las personas si lo querían o necesitaban; múltiples denuncias con niveles de impunidad del 90%; relatos de víctimas contados millones de veces sin reparación y sólo alimentando el morbo institucional; niños y niñas sin alimento por decisiones corruptas; empresas y emprendimientos quebrados por no recibir o tener los favoritismos de élite…etc…

También he visto relaciones personales rotas a causa de mentiras, amistades quebradas por comentarios desafortunados, rupturas amorosas fruto del irrespeto a los acuerdos, mujeres inseguras a causa de los estereotipos impuestos, adolescentes con ideaciones suicidas por el matoneo que viven en sus contextos, disidencias de género siendo estigmatizados y burlados por la incomprensión e la ignorancia de otros.

Me preocupé mucho, porque soy consciente de las dinámicas que hoy nos envuelven como sociedad; los tiempos laborales acelerados, la política carcomida por la corrupción, el interés del capital desaforado que aniquila toda la vida a su alrededor, las discusiones ideológicas dogmáticas, violentas y excluyentes, el poco espacio público, la falta de debate y nuestra democracia débil, es el festín perfecto para acciones con daño.

Recordé cuándo en mi trabajo me piden resultados acelerados, me recuerdan que se lleva un año en una conversación, sin ni siquiera detenerse a la pregunta con calma para entender la situación, para reconocer que a veces diseñamos con el útero, la herida, la experiencia expuesta; pues a veces los ritmos no son tan rápidos cuando se quiere cuidar las confianzas y los vínculos construidos, que no se puede diseñar sin escucha, y esta requiere proceso. Así, como no se pueden sostener conversaciones aceleradas, carentes de conciencia y con acciones prematuras que dañan las relaciones.

Por ello, con el corazón en mis manos, deseo que mirarnos a los ojos nos permita tomar mejores decisiones y que podamos contemplar cómo nuestras acciones pueden generar daños en otras personas y contextos sólo por no parar, no escuchar o no abrirse a otras realidades.

Deseo que las próximas decisiones personales que tome, así como las decisiones públicas que se tomarán en esta ciudad, contemplen no generar más daño, sino posibilitar el camino de la reparación.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/luisa-garcia/

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