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A un amigo casi lo matan por ladrón

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El cura de la Catedral Metropolitana no había anunciado la misa de 12 cuando mi amigo pidió un tinto en una de las chazas del Parque Bolívar. Lo recibió y fue a buscar una de las piedras del costado occidental para relajarse un rato atisbando la vida. Su día iba muy bien. Había ido a vender unos libros a La Bastilla que ya le estorbaban en su biblioteca y se había encontrado una edición — no especialmente extraña — de comienzos del siglo XX del Quijote. Sam le tiene especial cariño porque recientemente lo ilustró. Se sentó y antes de que el vaso de plástico caliente llegara a su boca empezó lo que algunos llamarían una escena quijotesca.

Sintió golpes e insultos de varias personas que trataban de arrebatarle su morral. Le vaciaron los bolsillos mientras él se aferraba al computador que llevaba. Respondió algunos golpes, pero lo devolvieron los molinos empuñados de sus atacantes. ¡ladrón hijueputa! ¡estás robando hace rato por acá! Le gritaban. ¡Auxilio! ¡me están robando! Replicaba Samuel escudado con el bolso que seguía defendiendo.

El bochinche alertó a los policías del CAI que queda a pocos metros. Llegaron a revisar que pasaba y las acusaciones contra mi amigo aumentaron. ¡Vos te goliaste ese bolso! ¡Rata!  Sam trataba de hacer entender a los espectadores de la situación — que para ese punto ya eran muchos— que él era la víctima. “sepan lo que está pasando, yo soy un ciudadano y ellos me robaron. Tienen mi celular y mi billetera”. ¡Revísenlos! les decía a los policías. En esas una señora y una niña —que no estaban inicialmente —se acercaron para decirles a los agentes: “él nos robó a mi y a mi hija la semana pasada”. “Sí, es él”, confirmaron mientras lo miraban. Samuel terminó esposado en el CAI.

¿Qué hubiera pasado si los policías no intervienen? ¿Si el Parque Bolívar no tuviera un CAI? ¿Qué les pasa a las “ratas” en la sociedad de la “paloterapia”?. La justicia por mano propia, la representación y práctica social del “ojo por ojo” ha aumentado su popularidad en los últimos años. La sensación de ineficacia de la ley es una de las causas de esta peligrosa realidad social. Los linchamientos son celebrados y promovidos. La justicia degenera en sevicia y venganza a manos de enajenados. Es común que personas que no están implicadas en las situaciones de robo, lleguen armados con palos, cascos, cuchillos o pistolas a ajusticiar al supuesto ladrón. “Una rata menos” comentan en redes sociales cuando se publican videos con estas escenas.          

Muchos y muchas — en su mayoría analfabetas sociales que creen que Medellín son dos manzanas en el sur— le dirán a mi amigo que deje de ser “quijotesco”, que cómo se le ocurre tomar tinto en ese lugar. El mismo Sam se cuestionará sus costumbres, su amor por ser transeúnte, su afición por ir a buscar cosas viejas y rotas en el centro. Las preguntas nos las debemos hacer todos los que vivimos en una sociedad que sigue coqueteando con la ruina social, con el fin del Estado y sus pactos. Que celebra a los gritos la infamia de que maten a “una rata”.      

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/juan-pablo-trujillo/

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