No hay fuerza sin industria

No hay fuerza sin industria

“Terciarización” se llama al fenómeno en el que el peso del sector servicios (terciario) sube sobre el total de la economía. Es una situación que se ha producido de manera paulatina desde el fin de la segunda guerra mundial, en casi todos los países (por no decir todos). Pero mal haríamos en pensar que la industria (sector secundario) ha perdido importancia, o que los países deberían concentrarse en los servicios y hacer a un lado la tarea de crear ventajas comparativas en el sector de la transformación de las cosas, la industria.

Para empezar, los productos industriales suelen valer más que las materias primas. Es decir, una unidad de un bien industrial exportado paga más importaciones a un país que las que podría pagar exportando un bien primario.

El caso de Colombia lo ilustra perfectamente: a cambio de los millones de barriles que vende, (más millones de sacos de café, toneladas de banano, flores y oro), recibimos gasolina, carros, calderas y autopartes. Y quedamos en déficit. Es decir, hay un faltante de dólares que tenemos que conseguir de otra forma, ya sea mediante inversión que entra al país, o créditos que toman gobierno y privados en moneda extranjera. En otras palabras, tenemos que traer ahorro de otras partes, con las condiciones que esto implica: si nuestra moneda se deprecia, la deuda en moneda extranjera se incrementa y en, caso de llegar a ser grave, estilo Grecia en 2010 o América Latina en los 80. Obtener estos créditos en divisas obliga a los países a someterse a sus acreedores, pasando por encima incluso de las demandas de gobiernos democráticamente elegidos. En algunos casos, como sucedió en el club de París, los acreedores imponen sus condiciones a los indefensos países deudores que, víctimas de sus malas administraciones, pero también de la composición de sus exportaciones, se vuelven máquinas de recaudar impuestos para solventar deudas con inversionistas foráneos. Luego nos preguntamos por qué las economías de Grecia o de los países latinoamericanos no crecieron durante diez años (respuesta: porque sus gobiernos, en vez de invertir en la creación de bienes públicos, se volvieron en máquinas recaudadoras de superávit fiscal, con evidentes efectos contractivos sobre el producto interno bruto).

La otra cara de la moneda son las naciones que exportan productos industriales (léase alto valor agregado) y que suelen tener superávit comercial (exportan más de lo que importan). Por supuesto, como venden más de lo que compran al exterior, tienen un excedente que pueden ahorrar o invertir. Si lo invierten en el exterior, entonces ya tienen un derecho sobre un capital; controlan una empresa en el exterior cuyas utilidades año tras año son repatriadas al país de origen (brindando preciados dólares), o le prestan a una empresa /estado, con la influencia geopolítica que esto conlleva (al punto de dictar la política fiscal y tributaria de un Estado en dificultades).

Esto no es un asunto abstracto. Cuando Estados Unidos propuso el dólar como moneda internacional (el plan White en la cumbre de Bretton Woods) era consciente de que los países con balanzas comerciales deficitarias sufrirían crisis de balanza de pagos (es decir, situaciones en que se quedarían sin dólares). Por eso se creó el Fondo Monetario Internacional, para que asistiese a los países en dificultades. Hasta aquí muy encomiable todo. Pero el fondo impone condiciones por esta ayuda, y como se ha visto, esta institución es detestada en muchos países, pues obligar a un país pobre a subir impuestos, bajar salarios de profesores, maestros y enfermeros, reducir pensiones, con el fin de pagar a instituciones extranjeras no solo se ve muy mal, sino que es mala práctica macroeconómica (como dijimos, si los gobiernos tienen superávits fiscales sostenidos, contraen la economía, arruinando la misma fuente de ingreso que se supone debe pagar la deuda).

Por eso, los países no industrializados suelen ser débiles y están sometidos a los criterios de sus acreedores y mayores proveedores (no es coincidencia que los países que más le vendan a una nación también sean sus principales financiadores). Algunas naciones están bendecidas con una cantidad excepcional de un commodity, como Arabia Saudita con el petróleo, y algo de influencia tienen por esto. Pero dependen de la tecnología que les vendan sus socios, son más vulnerables a las variaciones de las materias primas, tienen un altísimo riesgo de perder y de reaccionar frente a cambios tecnológicos, y, por último, no se destacan en la creación de empleo, pues carecen de grandes industrias exportadoras, sufriendo entonces de fugas de cerebro al no ser capaces de retener su talento humano.

El discurso de la industrialización ha envejecido mal. No solo la corriente liberal, sintetizada en el consenso de Washington, es la culpable de esto. El modelo de Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI), implementado en la región durante las décadas posteriores a la segunda guerra mundial, dejó resultados poco satisfactorios: las industrias de los países eran caras y poco competitivas, el contrabando florecía y las empresas locales se durmieron en los laureles de sus mercados cautivos. Finalmente llegó la ola del pensamiento liberal y las economías se abrieron sin ser competitivas, accediendo a mejores mercancías importadas y con mejor precio, pero con resultados mediocres en materia de especialización productiva para la exportación

Esto no nos debe engañar. Las principales economías del mundo son potencias industriales. Los países del mundo con superávit fiscal y comercial suelen ser economías con vocación industrial y exportadora. Y todos estos países (Estados Unidos, China, Alemania, Japón, Corea del Sur, etc.) han intervenido e intervienen en la economía para controlar las actividades económicas del presente y del futuro.

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