¿Y, ustedes, para qué son buenos?

¿Y, ustedes, para qué son buenos?

“Mientras el niño pequeño se sienta desvalido y sea incapaz de estar solo sin sentir miedo, la reciprocidad y el amor no florecerán” 

Martha Nussbaum

Miguel Uribe Turbay, un personaje al que considero ‘opaco’, hace unos días publicó un trino en el que decía: “el tiempo me dio la razón”, señalando que, en la campaña a la alcaldía de Bogotá, él había advertido que “la ineficiencia y desconocimiento de Claudia López acabarían con la transformación que dejamos andando en Bogotá”. 

Le pareció muy apropiado acompañar el trino con una imagen de la encuesta de Invamer en la que, a la pregunta “En general, ¿cree usted que las cosas en Bogotá están mejorando o empeorando?”, el 86% de los encuestados respondió: empeorando. Uribe Turbay atribuye esta situación a la gestión de Claudia López. Un análisis (si se puede llamar así) amañado y superficial de un asunto que requiere respuestas más estructuradas: el pesimismo en Bogotá.

No sé si en su afán por llamar la atención del uribismo más ramplón, del que ahora hace parte, Uribe Turbay olvidó leer la encuesta completa. La gente que sabe de estadística suele decir que una encuesta es una fotografía de un momento muy específico. Pero, así como en el cine, al poner muchas fotografías, una tras otra, la suma de momentos efímeros se convierte en una película. Y así hay que leer los resultados de Invamer: una medición que se realiza desde 1995 y que, por lo mismo, podría servirnos para identificar tendencias o para leer un dato de manera descontextualizada.

Uribe Turbay omite un pequeño detalle: durante el gobierno del cual fue Secretario de Gobierno y al que atribuye una “transformación que dejamos andando”, la percepción de la ciudadanía sobre el rumbo de “las cosas en Bogotá” no fue mucho mejor; en febrero de 2018, después de dos años de gobierno, el pesimismo se ubicó en 83%. ¿Ineficiencia? ¿desconocimiento? No. Una encuesta no tiene la capacidad para medir eso. 

Resulta que si miramos la película del pesimismo en Bogotá, y no sólo un par de fotografías, podemos observar que es un asunto que se ha venido agravando con el tiempo. Se acentuó con Samuel Moreno y luego cada gobierno ha enfrentado peores números que su antecesor. Bogotá lleva más de 12 años inmersa en un pesimismo que tiende a empeorar.

Hubo un breve periodo entre el 2000 y el 2008 en el que hubo más optimismo que pesimismo, incluso en unos niveles superiores a los del país en su conjunto. No contamos con suficientes datos para saber si ese fue un momento excepcional o si por el contrario el pesimismo es una coyuntura dolorosamente extendida. Todo esto tiene que ver con un cuento que nos echaron, que nos creímos y que se ha venido convirtiendo en un grave problema de autoestima.

Mientras escribo estas palabras recuerdo un episodio que viví en una institución educativa en Medellín hace unos cinco años. Me gustaba hablar con jóvenes de grados 10 y 11 sobre la importancia de la educación para transformar sus vidas. 

Les decía que todos teníamos distintos talentos y habilidades, y que podíamos potenciarlos con dedicación y esfuerzo. Un discurso romántico y hasta ingenuo en el que sigo creyendo y al que un joven de unos 15 años le supo propinar un golpe certero. Les pregunté ¿quién es bueno para matemáticas? Un par levantó la mano con timidez (¿por qué a alguien le podría dar pena eso?); luego pregunté ¿quién es bueno para historia? a lo que otro tanto levantó la mano. Muchas manos se levantaron cuando pregunté quiénes eran buenos para los negocios o para los deportes.

Al fondo del salón, en la última fila, otros estudiantes se burlaban de los demás y nunca levantaron la mano. Solo se me ocurrió preguntarles ¿Y, ustedes, para qué son buenos? Quedaron en silencio. Uno de ellos se puso de pie y en tono burlón respondió: ¡Para nada! ¡no servimos para nada! Me impactó mucho esa respuesta; pregunté por qué decía eso y, sin pensarlo mucho, me respondió: pues eso es lo que me ha dicho mi mamá desde pequeño.

Contra toda evidencia, a Bogotá le han dicho todos los días, durante los últimos años, que las cosas están muy mal y van a estar peor. A Bogotá le da pena levantar la mano y decir que, aunque no parezca, las cosas van mucho mejor que hace apenas dos décadas, cuando curiosamente la gente era más optimista. A Bogotá le da pena ponerse de pie y reconocer para qué es buena y qué es lo que ha hecho bien, porque tiene una vocecita que le dice que nada de eso importa y que sus problemas y sus defectos, que no son menores, son suficiente argumento para dejarse devorar por el pesimismo y dejar de sentirse orgullosa.

Resulta que para gente como Uribe Turbay, lo más rentable es vender pesimismo y miedo. Encarnan orgullosamente esa vocecita. Así fue como hizo campaña hace dos años y la sigue haciendo hoy. Vendió miedo y ahora tuerce los números para venderse como profeta. La misma Claudia López, que no pierde oportunidad para mirar el retrovisor, cayó en esa trampa y ahora es víctima de su propio invento. Como candidata vendió la imagen de un desastre y se lo atribuyó a su antecesor. Generó una expectativa tan grande sobre sí misma que todos sus esfuerzos han estado por debajo.

He sido muy crítico de Claudia López, tal vez demasiado dirán algunas personas muy cercanas a mí. Pero no por eso tengo que contribuir al relato del fracaso de la ciudad. No se trata de ser complacientes, sino responsables. Reconocer con orgullo las cosas buenas que tenemos, e identificar las malas y actuar, en vez de quedarse en la eterna discusión sobre los apellidos de los proyectos. No es rentable políticamente, pero es lo necesario.

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