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También necesitamos a los optimistas

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Tenemos una extraordinaria capacidad de pasar rápidamente de la gloria al fracaso, un maniqueísmo esquizofrénico incapaz de matices y puntos medios. Nos hace falta una proporción entre la absoluta desesperanza y el optimismo cínico.

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Colombia es un mejor país que hace 30 años. Esta es una afirmación propia de las personas que asumen la idea de progreso y entiendo sus límites, pero creo que es así. Haciendo algunos matices, varios asuntos lo demuestran. Si revisamos las cifras del DANE antes de la pandemia, vemos reducciones en ciertos indicadores importantes: pobreza monetaria, pobreza extrema, coeficiente de Gini. Aun hoy, pese al impacto de la cuarentena por Covid-19, tenemos mejores indicadores en ese sentido que hace algunas décadas. Los datos así lo demuestran: en 2012 el 40,8% de los colombianos eran pobres. En 2019 el 35,7% lo eran, y en 2022, el 39,4. Algo similar ocurre con el Gini, herramienta utilizada para determinar los niveles de desigualdad en la riqueza, para señalar quienes tienen más y quienes tienen nada. En 2012 el Gini en Colombia era del 0.572. En 2020 la concentración de la riqueza se redujo al 0.523.

Las cifras de pobreza monetaria y desigualdad siguen siendo escandalosas. Somos el segundo país de Latinoamérica con mayor porcentaje de personas en pobreza extrema, sólo superado por Honduras (no tenemos datos disponibles de Venezuela). Sin embargo, en ese sentido, hemos avanzado.

Recordemos también que en las elecciones presidenciales de 1990 tres candidatos fueron asesinados: Carlos Pizarro León Gómez, Luis Carlos Galán y Bernardo Jaramillo Ossa. Defender ciertas ideas, u oponerse a determinadas acciones era sentencia de muerte. Si bien Colombia en la actualidad es uno de los países en donde más líderes sociales y ambientales asesinan, nuestra democracia es hoy más fuerte, y seguimos avanzando en el camino de desterrar las armas de la política. El acuerdo de Paz con la desaparecida guerrilla de las FARC y la presidencia de Gustavo Petro son asuntos que soportan esa afirmación. Hace 30 años la política y las armas eran una alternativa viable y deseable, así como era impensable que un personaje como Petro fuera presidente. Somos entonces un mejor país que a principios de los noventa.  

En la columna pasada hablé de la necesidad del pesimismo activo (https://noapto.co/necesitamos-a-los-pesimistas/) que sólo es posible con cierta dosis de optimismo, con un balance entre la negatividad que señala la necesidad del cambio y el optimismo que permite la acción transformadora. Si hay algo que nos caracteriza como colombianos es una especie de neurosis sentimental en la que pasamos del optimismo exacerbado al profundo pesimismo en cuestión de días, incluso minutos. Piensen en un partido de la selección Colombia en eliminatorias al mundial. Damos cinco pases seguidos, metemos un gol, y comentamos que somos el mejor equipo de Latinoamérica. Nos empatan e inmediatamente aparece el fatalismo: no vamos a ir a ningún mundial, somos muy malos, nos falta jerarquía. Tenemos una extraordinaria capacidad de pasar rápidamente de la gloria al fracaso, un maniqueísmo esquizofrénico incapaz de matices y puntos medios. Nos hace falta una proporción entre la absoluta desesperanza y el optimismo cínico. Necesitamos entonces tanto a los optimistas como a los pesimistas. Requerimos de esa síntesis, de la consolidación de un idealismo pragmático que permita identificar la necesidad de trasformación sin caer en el nihilismo paralizante.   

Otros escritos por este autor: https://noapto.co/juan-pablo-trujillo/

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