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En su libro “Un Mundo Feliz”, Aldous Huxley crea un mundo distópico donde existe total estabilidad y lo más importante es el bienestar y la felicidad. “La gente es feliz (…). Está a gusto; está a salvo; nunca está enferma; no teme a la muerte; ignora la pasión y la vejez; no tiene madres ni padres; no tiene esposas, ni hijos, ni amores excesivamente fuertes. (…) Y si algo sale mal, siempre queda el soma”. El soma es una droga que suprime la tristeza y las emociones tristes y activa la felicidad. Con esta, “en lugar de sentirte miserable, estarías alegre. Muy alegre”. Decidí releerme este libro porque tuve un presentimiento de que el soma existe en nuestro mundo (no precisamente como una droga) y de que, poco a poco, parecemos acercarnos al escenario de Huxley.
Cualquiera podría asimilar el soma a drogas actuales como el éxtasis, la marihuana, entre otras; pero ese no es el punto. El soma, contrario a las drogas de nuestros días, es expandida por la institucionalidad, aceptada socialmente y consumida día a día sin considerarse adictiva. Es la principal herramienta para conservar la estabilidad total. No creo que las “pepas” o el MDMA sean precisamente una herramienta de los Estados. Por ello es que el soma que encuentro entre nosotros es diferente. Es socialmente aceptado, promovido – y hasta utilizado – por la institucionalidad y consumido día a día. Se trata de las redes sociales.
Las redes sociales se encargan de suministrarnos felicidad inmediata. Acudimos a estas para anular nuestros pensamientos, para desconcentrarnos de lo que nos rodea, o de quienes nos rodean, y encontrar alegría fácil. Evitamos conservaciones extensas, pensamientos profundos, aprendizaje completo, opiniones disidentes. ¿Cómo sanar, conversar, pensar o criticar cuando preferimos silenciar nuestra mente con videos adictivos mientras no abordamos lo que sentimos, lo que pensamos, lo que queremos? ¿No se parece esto al mundo de Huxley?
Reinaldo Spitaletta advierte este fenómeno y explica que “[e]xiste la ilusión de que se puede “conversar” en las redes sociales. Hay toda una especie de idiotización colectiva al respecto. Un espejismo. Unos buscan aprobación a sus barrabasadas, o, por qué no, a sus afirmaciones consideradas brillantes. El reino del “me gusta” se tornó acrítico, además de unilateral”[1]. ¿De qué sirve conversar si se puedo encontrar las respuestas en las redes? ¿De qué voy a conversar si a duras penas pienso? ¿Cómo voy a escuchar al otro si mi “feed” me acostumbra a ver y escuchar únicamente lo que quiero?
Huxley, como en una profecía, hizo referencia a la pérdida de la conversación. En uno de los diálogos de su obra, Bernard le propone a Lenina que salgan a caminar y a conversar. “’¿Conversar? ¿Pero de qué?’ Caminar y hablar… parecía una forma muy extraña de pasar la tarde”. Al final, la propuesta no prosperó y pasaron la tarde en un evento donde no se conversaba. Ese es pues el resultado de un mundo donde se privilegia la felicidad individual inmediata y el diálogo unilateral, un mundo de soma o de redes sociales.
Por otro lado, Mauricio García explica que las redes sociales “privilegian lo afectivo y lo inmediato, pero van en detrimento de lo racional y de lo pausado, lo cual es connatural al espíritu científico y también al buen debate democrático”[2]. Las redes conducen a “sobrevalorar a los radicales y desanimar o espantar a los moderados”. El soma de hoy parece enseñarnos que todo es fobia cuando se formulan dudas, preguntas o reflexiones sobre un tema delicado. La búsqueda de la justicia social en redes ha llevado a que “se asiente la idea de la corrección política de los extremos bien pensantes como una tiranía que genera lo contrario a lo prometido: involución, puritanismo y terror”[3].
Valiente hoy quien se atreva a pensar. Hecho que, sorprendentemente, también incluyó Huxley en su libro. “En la antigüedad, los viejos solían renunciar, retirarse, entregarse a la religión, pasarse el tiempo leyendo, pensando… ¡Pensando!”. “En la actualidad (…) los ancianos no tienen tiempo ni ocios que no puedan llenar con el placer, ni un solo momento para sentarse y pensar; y si por desgracia se abriera alguna rendija de tiempo en la sólida sustancia de sus distracciones, siempre queda el soma, el delicioso soma”. No pensamos y, si tenemos tiempo para hacerlo, vamos a las redes.
Valiente hoy quien se atreva a criticar. Las redes se han convertido en una especie de hoguera que promueve la cultura de la cancelación que no tolera el debate o la discrepancia. Los efectos de esta droga son especialmente fuertes sobre el arte y la cultura. “Muchos consideran que libros, canciones, películas, obras de teatro, pinturas, performances y otras formas de expresión, que se hicieron hasta hace poco, hoy serían inviables ante la intolerancia y las amenazas de coacción agitadas por cierto magma de las redes sociales como punta de lanza”[4]. Los autores y artistas de hoy se enfocan entonces en ser políticamente correctos y darle al público lo que pide. Se construye una especie de estándar cómodo de rectitud y pureza ficticia, de valores de mentiras y obras populistas.
Al promover ese movimiento en las redes, también caemos en el mundo de Huxley. Al ver que el Interventor (quien controla el mundo ficticio) había leído la Tragedia de Otelo de Shakespeare, el Salvaje se sorprende y le pregunta por qué está prohibido ese libro. El Interventor explica que se trata de una obra que nadie entendería. “Nuestro mundo no es el mundo de Otelo. No se pueden crear coches sin acero; y no se pueden crear tragedias sin inestabilidad social”. “Otelo es bueno, Otelo es mejor que esos filmes del sensorama – claro que sí – convino el Interventor. Pero este es el precio que debemos pagar por la estabilidad. Hay que elegir entre la felicidad y lo que la gente llama arte puro. Nosotros hemos sacrificado el arte puro”. El mensaje que tienen las artes en este mundo ficticio es el de “una gran cantidad de sensaciones agradables para el público”. ¿No es ese el estándar que estamos construyendo?
Parece que nosotros también queremos felicidad a toda costa. Las redes son nuestro soma y nuestro mundo se parece cada vez más al de Huxley. Por eso es que, más bien, sigámonos en un café y no en Twitter o Instagram. Démonos palabras y no likes. Tomemos café o cerveza en vez de soma o redes sociales. Quizás podamos ser humanamente incorrectos y aprender de los errores en vez de pretender ser políticamente correctos por miedo a lo que se diga en 280 caracteres. Quien prefiera la felicidad del soma, lo invito a que lea el libro de Huxley y conversemos al respecto.
Otros escritos por este autor: https://noapto.co/martin-posada/
[1] https://www.elespectador.com/opinion/columnistas/reinaldo-spitaletta/la-muerte-de-la-conversacion/
[2] https://www.elespectador.com/opinion/columnistas/mauricio-garcia-villegas/ciencia-y-redes-sociales/
[3] https://wmagazin.com/relatos/lo-politicamente-correcto-y-la-cultura-woke-un-caballo-de-troya-para-la-democracia/
[4] https://wmagazin.com/relatos/lo-politicamente-correcto-y-la-cultura-woke-un-caballo-de-troya-para-la-democracia/