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Contra el sentido común

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La locura, la verdadera locura, nos está haciendo mucha falta,

a ver si nos cura de esta peste del sentido común

 que nos tiene a cada uno ahogado el sentido propio.

Una de las cualidades más valoradas por y en los seres humanos es el famoso sentido común, definido por el diccionario de la RAE como la “capacidad de entender o juzgar de forma razonable”, es decir, de discernir conforme a la razón.

Planteado así, parece una facultad indispensable para sobrevivir en sociedad, so pena de terminar condenados “a convivir de nuevo con la gente, vestidos de cordura”, como canta Alberto Cortez en Castillos en el aire.

Los límites del sentido común empiezan cuando uno se pregunta ¿qué es la razón? o ¿a cuál razón nos referimos? Pues a la opinión de la mayoría de la gente, responderán, desde el sentido común, casi todas las personas. Y, ¿cómo se identifica? A través del refranero popular o desde algunas frases de cajón, que, a priori, parecen difíciles de refutar porque “la sabiduría popular es sabia”, o “las estadísticas no fallan”, como dicen los que tienen ínfulas de expertos.

Bien, aunque hay centenas, voy a abordar, a modo de ejemplo, cuatro de esas expresiones hechas, más propias de sujetos hablados, como somos todos, que de sujetos hablantes, como también pretendemos serlo, para ver las limitaciones que tiene el sobredimensionado sentido común, empezando por las inconsistencias lógicas.

  • “No hagas a otro lo que no quieras que te hagan a ti”. ¿Cómo así? O sea que uno es la medida de todas las cosas. Eso es pretender, contrario a otro refrán, poner a la humanidad entera en los zapatos de uno; suponer que lo que es bueno o malo para uno también lo debe ser para los otros. Hay rasgos de una persona, parrandera por ejemplo, que para algunos puede ser una virtud y para otros un defecto. Este refrán tal vez aplique para principios o valores universales, que no son nada fáciles de acotar. No matar podría ser uno de ellos, a lo que yo preguntaría ¿en qué circunstancias? Particularmente creo que todos, en situaciones límite o en un momento desafortunado, lo podríamos hacer. Claro, luego lo justificaríamos, pero igual falsearía tal principio.
  • “La economía y las empresas están mejor en manos del sector privado”. Cuando uno empieza refutando esto con lo eficaz que resulta en algunos países una alta intervención del estado en la economía, lo miran con cara de burla y le dicen que eso es otra cultura: no creen en los cambios culturales e ignoran los de tales países. Pero los rostros de los que repiten este estribillo empiezan a tensionarse cuando se les pregunta si entonces Empresas Públicas de Medellín (EPM) debe venderse; y, si los quiere ver rojos de la putería, dígales que el alcalde Quintero, en un acto consistente con esta “premisa”, lo debe hacer. Al tiempo, viven renegando de los servicios para hogar que le compran a las “grandes” compañías de telecomunicaciones y ahora de la aerolínea Viva, o en otros momentos de los carteles empresariales. Eso sí, si las van a estatizar pondrían el grito en el cielo y dirían que las prefieren así, malas o quebradas, que en manos del estado, y lo justifican con argumentos maniqueístas y discusiones abstractas entre lo público y lo privado. Ni lo uno ni lo otro, porque la cuestión se resuelve en concreto: qué tipo de sistema y de dirigentes públicos o privados tenemos. No es un a priori. Siguiendo con el primer caso, durante muchos años EPM fue ejemplo de eficiencia empresarial en Colombia y en el exterior.   
  • “Las armas deben ser monopolio del estado”. Pero si usted les pregunta si estarían de acuerdo en que una oposición armada o las fuerzas armadas de otros países bajen del poder a Putin en Rusia o a Maduro en Venezuela, responden de inmediato que sí y empiezan a relativizar e ideologizar su posición. Ahí sí les gusta el caso concreto, y justifican la lucha armada y la guerra.
  • “Todos los políticos son corruptos”. Supongamos a que se refieren a los de Colombia y a los de los países tercermundistas. A los que repiten esta letanía les pregunto ¿entonces si usted fuera político también sería corrupto o sería el único que no sería corrupto? Como es propio de los que repiten lugares comunes, convencidos del monopolio de su razón, estas preguntas los incomodan y responden, con aires de superioridad moral, “por eso no soy político”, cuando uno sabe, en muchos casos, que desde su lugar y a su manera, también son corruptos o estimulan la corrupción, como escribí en otro artículo en este medio, titulado Corruptos somos todos.

El título de esta columna es exagerado, porque, por supuesto, hay que tener algo de sentido común, no tanto para vivir, sino para convivir y hasta sobrevivir, pero es muy precario para tratar temas complejos, situaciones concretas y participar en discusiones serias. Confieso que termino enojado conmigo cuando caigo en la trampa de los que argumentan basados en entelequias como las que he citado.

Paradójicamente, apelo a otro refrán para concluir mi argumentación: si “el sentido común es el menos común de los sentidos” es porque con ser del común, de la mayoría, de la opinión pública y de las tendencias estadísticas no basta. Es necesario recurrir y avanzar hacia el buen sentido y hasta al sentido propio, así nos instiguen a vestirnos de cordura.   

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/pablo-munera/ 

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