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Inteligencia artificial

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No es un misterio que nuestro sistema de arbitraje de reglas no sea capaz de resolver problemas al mismo ritmo que los creamos. Problemas, dilemas, avances, pueden diferir en su fondo, pero la verdad es la misma: nuestra sociedad y las reglas con las que decidimos operarla van demasiado lento para el mercado que las acompaña. Pagamos el precio de la deliberación y la inclusión en términos de tiempo.

Han sido ya cuatro meses de discusión lenta y sin acciones formales sobre las herramientas de inteligencia artificial, una discusión que empezó cuando se nos otorgó la capacidad de engendrar imágenes en segundos solo escribiendo una frase (en cualquier estilo y sobre cualquier cosa) usando ChatGPT, una herramienta que nos impresionó con su escritura (casi) impecable y su capacidad de sintetizar ideas de manera humana. Para mí llegó cuando un invento gringo y desconectado de internet fue capaz de componer un vallenato y dar una tonalidad y una lista de acordes para convertir en melodía usando un acordeón, que además mencionaba la Sierra sin que yo se lo hubiera dicho.

Se sabe que nuestras democracias no van a ser capaces de darle una respuesta a tiempo a todos los cuestionamientos morales y económicos que estas nuevas tecnologías traen, como tampoco lo hicieron en su momento con las redes sociales. Nos queda una sola posibilidad: convivir con ellas y sentir su impacto.

Me senté el otro día con cuatro amigos a conversar del tema. Nos reímos sobre nuestra actitud hacia la IA. “Esto nos va a volver inútiles, yo ni siquiera sé qué hacer con eso”, dijo uno, “ya nadie va a pensar ni hacer nada, nos vamos a volver perezosos”. Frases que dijeron los abuelos cuando Google se empezó a popularizar y entregó todo el conocimiento enciclopédico a todo el mundo, en cualquier momento. Acordamos que hay una obligación de empezar a aprovechar esta nueva herramienta. De reconfigurar nuestro cerebro para entender las posibilidades inmediatas que trae. Así como en los 80s, en las dudas por datos exactos o fechas de películas podían generar conversaciones sin respuesta, siento que hoy vivimos sin entender lo que estas herramientas traen a la mesa. Quizá como en esa otra discusión no hubieran sabido qué hacer con Google.

Yuval Noah Harari, famoso por escribir Sapiens: de animales a Dioses, desde el 2018 advertía la incorporación de la inteligencia artificial a nuestra vida laboral. Predecía que, dentro de poco, dejaría de trabajar detrás de bambalinas, dirigiendo contenido y construyendo algoritmos, y empezaría a hablar e interactuar con nosotros. Harari tiene un pronóstico optimista que me gusta compartir: cree que la IA va a crear decenas de nuevas profesiones, va a alterar millones de existentes y cambiaría nuestro paradigma alrededor del trabajo. No va a ser un destructor que nos volverá inútiles. Como el internet, será un campo para oportunidades, colaboración y expansión de nuestras capacidades. Como los martillos o los camiones que se convirtieron en nuestras herramientas físicas, la AI promete ser nuestra herramienta mental. Ayudándonos a sobrepasar nuestras deficiencias cognitivas. Pero falta mucho para ver si es verdad, y su predicción no atiende una necesidad inmediata que por lo menos yo siento gracias a este nuevo invento: inseguridad y ansiedad.


Y por ahora, mientras entreno mi cabeza a este cambio de paradigma, casi siempre las conversaciones terminan en eso: miedo sobre una herramienta que en segundos es mejor haciendo algo que yo llevo aprendiendo años; e incertidumbre por qué tan poderosa se volverá la AI.

Es muy claro que ChatGPT es el Sputnik de la IA. Me produce ansiedad ver en qué manera terminará estando en mi vida. Por ahora, además de revisar por párrafos estas columnas con las sugerencias de ChatGPT, eso es lo que más me provoca la IA. Esperaré con algo de emoción, pero también con bastante ansiedad, cómo nos cambia la vida una vez más. 

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/juan-felipe-gaviria/

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