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“Estamos presenciando el crecimiento de una generación sin fronteras morales, sin valores ni principios éticos. Eso es lo que combatimos. Con meridiana claridad”
Guillermo Cano Isaza
Soy vecino del Parque Inflexión, el que hicieron en honor a las víctimas del narcotráfico que, para los que no saben, queda justo en el sitio donde quedaba el edificio Mónaco, lugar en el que vivió uno de los criminales más temidos de la historia: Pablo Emilio Escobar Gaviria. El edificio fue derribado y se construyó el parque.
Voy al parque varias veces por semana. Despacio lo recorro leyendo las frases de las personas que enfrentaron el narcotráfico y su poder asesino, y siento viva cada una de sus luchas. Son -porque todavía permanecen en mi memoria aunque los carteles nos los hayan arrebatado- hombres y mujeres valientes, que vencieron sus miedos para denunciar las atrocidades cometidas por el coctel mafia-empresarios, y alzaron sus voces para defender nuestra libertad. Cada uno de ellos entregó su vida para que la nuestra pudiera ser una posibilidad.
Cuando paso frente a los monolitos de Rodrigo Lara Bonilla, Guillermo Cano Isaza, Enrique Low Murtra o María Elena Díaz, hago silencio y trato de imaginarme qué estarían haciendo en este momento. Estoy seguro de que, si estuvieran vivos, iluminarían nuestro camino y nos empujarían a actuar, a no renunciar a la búsqueda de una sociedad mejor, a soñar con una ciudad gobernada honestamente, a que siguiéramos buscando un porvenir más esperanzador.
Me pregunto qué pensarían sobre lo que pasa en Medellín, agradeciendo el error monumental que tuvo la Alcaldía pasada de no poner las fotos de ellos en los monolitos, porque no sería capaz de mirarlos a los ojos. Estoy seguro de que nos dirían que lo que hemos hecho hasta ahora para enfrentar a la corrupción no basta, que debemos levantar la voz de manera más clara y fuerte, que el cálculo individual no le sirve a nadie y que, si no impedimos que ese poder oscuro siga gobernado la ciudad, recorreremos un camino de miseria que sufriremos por mucho tiempo.
Miro hacia donde quedaba exactamente el Mónaco y trato de imaginarme la ubicación del último piso, en el que vivía el monstruo. Bajo mi mirada y veo el descuido en el que ha caído el parque; está sucio y deteriorado. Al otro monstruo, el del piso 12 del nuevo edificio Mónaco, no le importa su estado. La ética de la legalidad le estorba.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/daniel-yepes-naranjo/