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Juan Pablo Trujillo

El progresismo en Medellín

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Durante varios siglos las fuerzas políticas que defendieron una agenda de cambio fueron denominadas progresistas. Comúnmente se ha calificado con este adjetivo a los sectores políticos ubicados a la izquierda del espectro.  Los que se ubican a la derecha, por el contrario, han sido descritos a partir de sus posiciones a favor del mantenimiento del estado de cosas. Hasta el siglo XX estas distinciones fueron más o menos claras. Según Eric Hobsbawn a partir de los años 70 los compartimientos conservador/progresista se desdibujaron. Se consolidaron fuerzas genuinamente de derecha, como el neoliberalismo de Thatcher y Reagan, que promovieron cambios radicales, mientras que, partidos y movimientos de izquierda, como el partido verde, se opusieron a varias innovaciones sociales. La característica singular de cada uno de los lados dejó de serlo. Cierto progresismo presenta ahora posiciones conservadoras, mientras que algunas fuerzas reaccionarias se manifiestan a favor del cambio.

¿Cómo podríamos definir al progresismo si su rasgo definitorio parece estar desdibujado y sus distinciones con el conservadurismo parecen ser ahora difusas? Una manera no muy satisfactoria es a partir de la agenda que defiende. Si bien hay una renovación del repertorio de reivindicaciones de las fuerzas de izquierdas – en donde se incluyen sectores tan diversos como la izquierda revolucionaria, la centro izquierda, e incluso lo que en Colombia denominan “el centro” – por cuenta de las políticas de la identidad y las acciones alrededor del cambio climático, en la base permanece el interés por la justicia social y la redistribución de la riqueza. Si asumimos este reduccionismo como una posible caracterización de la política progresista, o de izquierdas, en el caso de Medellín esa agenda está a la deriva. Esto sucede entre otras cosas por dos razones:

La primera es que nunca ha habido una propuesta de izquierdas con vocación de poder y el sector político que más se acercaba a la defensa de este tipo de acción política se diluyó. Son muchos los motivos y las especulaciones: no se trabajó en la construcción de nuevos liderazgos. Era un movimiento altamente personalista; la discusión que plantearon, relevante y beneficiosa en su momento, se agotó; o como dijo alguna vez uno de los politólogos más importantes del mundo, “era un milagro a medias”. Sea cual sea la razón, ese movimiento hoy no tiene liderazgos lo suficientemente fuertes para aspirar al poder en la ciudad, incluso está en duda si tendrá candidato.

La segunda, más grave, es que el progresismo ha sido el disfraz con el que poderes profundamente conservadores y tradicionales han mimetizado sus intenciones. Actualmente sus banderas están en manos de personas cuyo interés es la cooptación del poder en beneficio propio. Al clientelismo, la corrupción y el nepotismo le echan pintura y lo presentan como la revolución progresista, como la transformación social más importante en la historia de la ciudad. El discurso – que no la agenda – sobre la justicia social y la redistribución de la riqueza está capturado por corruptos con máscara de progresistas.

No veo cercana la recuperación del rumbo del progresismo en Medellín, de una agenda real de justicia social. El futuro es bastante desalentador. Mi pronóstico frente a las próximas elecciones es una disputa entre un candidato de derecha y otro con disfraz de progresista. En ese panorama algunos electores tendrán que hacer una especie de cálculo racional inverso, no de maximización de beneficios, si no de reducción de daños. ¿Hasta cuándo?  

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/juan-pablo-trujillo/

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