Y sin embargo, se puede

Y sin embargo, se puede

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La cámara los mostró al mundo. Los 11 jugadores titulares de la selección con la boca cerrada, apretados los labios, mientras el himno de la República Islámica de Irán, su himno, resonaba en los parlantes del Estadio Internacional Jalifa.

Su silencio quedó opacado en las noticias por la cantidad de goles que les encajó Inglaterra. Ya se sabe, un Mundial de Fútbol es un torneo donde pasan muchas cosas y al final, no pasa nada. Pero eso no evitó que fuera un silencio que generara ruido.

Días antes había dicho Alireza Jahanbakhsh, su capitán, que decidirían en el camerino si lo hacían o no. Y visto lo visto, decidieron que no cantarían. Dejaron de hacerlo como apoyo a las protestas contra el líder supremo, Ali Jamanei, desatadas tras el asesinato de Mahsa Amini, de 22 años, quien fue brutalmente golpeada por la policía de la moral por no llevar correctamente el hiyab.

Tan aséptico que es el deporte. O que pretenden algunos que lo sea. Nada más absurdo. Recuerdo un texto de Eduardo Sacheri sobre Maradona. “Me van a tener que disculpar”, se titula, y aborda, entre otros asuntos, el triunfo de Argentina sobre Inglaterra en México 86 —con la mano de dios incluida—, con ese sabor a revancha después de la Guerra de la Malvinas. Los que tengan edad recordarán que allí, en la cancha del Estadio Azteca se jugaba más que un partido.

O ahí estuvieron las jugadoras de la selección Colombia femenina, el pasado julio, alzando sus puños al aire para hacer aún más evidente lo que sabemos: que las condiciones de contratación y pago de ellas son absurdamente diferentes. Aunque ahí estuvo el comentarista ladino que mintió en vivo y en directo sobre las razones de su gesto.

Una más: la Fifa advierte sanciones y los capitanes de los equipos deciden que no lucirán el brazalete multicolor en la primera etapa del Mundial. Parece ser, sin embargo, que el capitán de Alemania, Manuel Neuer, sí la portará. “No tenemos miedo”, ha dicho.

No se trata solo del fútbol.

Se hace lo que se puede con lo que se tiene. Así lo entendieron Tommie Smith y John Carlos, los atletas negros de Estados Unidos protagonistas de la icónica imagen que los congeló recibiendo sus medallas, en el podio, con el puño en alto y la mirada en el piso. Fue en México 68. Los desterraron de la villa olímpica. Los relegaron al ostracismo. El deporte perdía dos atletas, el mundo ganaba una foto icónica. O Muhammad Ali diciendo, palabras más, palabras menos, que Vietnam no era con él.

Lo de los futbolistas iraníes seguía el rastro de otros deportistas de su país. Parmida Ghasemi, una de las integrantes del equipo iraní de tiro con arco, quitándose el velo estando en el podio. O silencioso equipo de polo acuático absteniéndose de cantar el himno durante un torneo en Bangkok. O un tal Saeed Piramoon, jugador de fútbol playa, que celebró un tanto anotado simulando cortarse una cola de caballo inexistente, pero una clara referencia al gesto rebelde de muchas mujeres en su país.

A los organizadores de los torneos no les gusta que esas cosas ocurran. El COI prohíbe las manifestaciones políticas en el podio durante las ceremonias de premiación de los Juegos Olímpicos y la Fifa les teme aún más. La espada de Damocles se les antoja más temible cuando hay anunciantes de por medio.

Estamos acostumbrados a deportistas que parecen de otro planeta, no solo por sus capacidades físicas, sino porque parecen no tener opiniones sobre nada. O sobre nada conflictivo, mejor. ¿Cómo harán? Y sin embargo, se puede. Ahí están los ejemplos.

¿Se imaginan a Lionel Messi en una rueda de prensa diciendo algo como: “El estadio está increíble, lástima la cantidad de trabajadores esclavizados que se necesitaron para construirlo. ¡Qué horror sus muertes!”? Sería un golazo.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/mario-duque/

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