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La trampa de Daniel Quintero

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Soy una mujer gorda, o por lo menos eso dice mi masa corporal (peso 90 kilos). Además, soy feminista y, por activismos a mi alrededor, tengo una postura crítica tanto con los mandatos de belleza como con el body positive; pero no defiendo “a capa y espada” a la nueva secretaria de Salud de Medellín, la doctora Milena Lopera, cuyo anuncio a través de redes sociales generó, por lo menos, 10 notas digitales de prensa en distintos medios nacionales.

No porque sea gordofóbica, pues la forma del cuerpo de la secretaria ha sido ampliamente criticada en Twitter. Yo amo mi cuerpo, no es mi mayor pretensión intervenirlo para cambiar su forma, y todos los días construyo mi pensamiento en torno al principio de no opinar sobre el cuerpo y las decisiones de los demás.

Tampoco porque no la conozca o la conozca, porque sepa o no sepa sobre su trabajo, gestión y trayectoria política. Menos porque crea que le va a ir mal en la Secretaría que nos ha mentido de frente a los medellinenses (lo que pude comprobar yo misma mientras fui corresponsal de Antioquia del portal Colombiacheck).

Es posible que la doctora Milena llegue a desempeñarse tan bien en su cargo que logre hacer algo por la cartera de salud que, en un año que resta de gobierno de la “Medellín Futuro”, ya cuenta con 37 hallazgos de Supersalud en Metrosalud, unidades hospitalarias prometidas sin operar (como Buenos Aires y la antigua Clínica de Saludcoop de la 80), renuncias masivas en el Hospital General de Medellín…

En fin. No defiendo ni ataco a la doctora Milena, simplemente, porque dudo. Porque aprendí a cuestionarlo casi todo. Y decidí no morder ese anzuelo.

Porque con un solo trino, una sola foto y una sola decisión, única, con su comunicación meticulosamente planeada, el alcalde de Medellín, Daniel Quintero Calle, logra que defensoras de derechos humanos, activistas, modelos, influencers, gente por fuera de la política y por supuesto, sus usuales bodegas, estemos poniendo su gestión, tremendamente simplificada en un solo nombramiento, en el centro de la conversación sin pagar un solo peso “de más” por publicidad digital.

É no solol es un gran estratega de la comunicación digital de tinte político, también lo es su esposa y su equipo de trabajo (tanto el visiblemente contratado, como el que tiene contratos a través de Telemedellín, el ITM o Metroparques).

Les explico un poco: a la luz de los cambios que ha generado en los entornos digitales la popularización de plataformas como TikTok, hoy las redes sociales no sirven para lo que todos creíamos. En la época actual, esencialmente, Twitter, Instagram, Facebook, etc.; sirven para conversar y hacer dinero a partir de esas conversaciones. Daniel Quintero lo sabe, pero no usa sus poderes para el bien.

Está muy enfocado en la carrera a la presidencia de su proyecto político; en aprovechar su poder al máximo hasta rayar con el abuso y claramente; en acumular capital -digamos que simbólico, porque en este momento, solo tengo tiempo para escribir esta columna y no para hacer el trabajo de la Contraloría General de la República de afirmar que, efectivamente, capta capital económico de manera ilícita o lo que es más difícil de sancionar, ilegítima y antiética-. Quintero negocia con el presupuesto de más de 15 billones de pesos que le entregamos en octubre de 2019 para sus intereses personales.

Entonces elegí, hace un par de días, no decir nada respecto sobre el nombramiento de Milena. A razón de qué y para qué, más cuando soy una mujer gorda, habitante de la zona noroccidental, feminista tendiente a la radicalidad, que apenas tiene menos de 2000 seguidores en Twitter y una estrenada trabajadora independiente que apenas llega a fin de mes.

No tengo plataformas robustas, los medios tradicionales tienden a cancelarnos como medida preventiva (a las radFem) y, además, qué necesidad tengo de ganarme un problema o vivir la intranquilidad que a veces llega con hacerse visible.

Pero tuve una conversación esta semana con un gran amigo, increíblemente agotado de hablar con una Medellín que se comporta como una pared de hormigón, quien me compartió su teoría de que en realidad a la ciudad le hace más daño que no hablemos de él a que sí lo hagamos. Pero los ciudadanos “de a pie”, que finalmente andamos a pie por decisión propia y no porque la vida en esta ciudad nos obligue, no podemos hacerlo solos.

Necesitamos que la empresa privada se apriete el cinturón, pero que no renuncie en masa ante el primer portazo en las narices que encuentre; necesitamos que la academia no se rinda ante la desigualdad en la financiación que tiene frente a los cuantiosos contratos de propaganda; necesitamos que los artistas no teman morirse de hambre o de miedo si dicen en una canción qué quiere hacer el alcalde con nuestros impuestos.

Finalmente, en su visión a largo plazo, eso es lo que Quintero persigue: que hablen bien o mal, pero que hablen. Que lo pongan semana tras semana en el foco de la agenda nacional para lograr su “top of mind” y que su nombre, que más que su gestión es como una marca, sea recordado por todos.

Las voces que hablan mal van a tener que saber hacerse ojitos con su lógica binaria de uribismo y antiuribismo, a la par que malabarean para que la voz que no solo habla mal, sino que tiene pruebas de que lo hace mal como alcalde, resuene mucho más en sus alianzas políticas nacionales, la opinión pública de la capital y sus potenciales electores.

Porque nuestro alcalde podrá ser de todo, pero no es bruto. Entonces aquí me tiene, sin miedo y hablando de él.

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