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Daniel Yepes Naranjo

Entre el uribismo y el quinterismo

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Hay una cosa que me parece muy particular: muchas veces, cuando escribo un trino contra el uribismo, lo retuitea sin pensarlo parte del quinterismo; y cuando escribo un trino contra el quinterismo, las bodegas del uribismo alinean sus filas para viralizar esos 280 caracteres. Están con el dedo presto para jugar a la turba que, a punta de RT o likes, quiere quemar todo lo que huela a derecha o izquierda; o a nada, que es a lo que huelen esos dos movimientos en la actualidad.

Estas dos “fuerzas políticas” andan en contienda -desde ya- para las elecciones de 2023. Comenzaron a disputar, un año antes, los espacios discursivos que todavía pueden ser cooptados de alguna manera para ampliar los públicos de legitimidad con los que hay que contar si se quiere llegar a la Alpujarra. Es una especie de obsesión por el poder disfrazada de cuidado de la ciudad que se creen solo sus correligionarios.

Ambas fuerzas plantean más de lo mismo: interpretaciones binarias de la ciudad y sus problemas; culpabilización del contendor político como artífice de todo lo malo que sucede en Medellín; lenguaje violento como táctica para la convocatoria de las masas; lógica amigo-enemigo en el reclutamiento de fieles; salvación eterna sujeta a la consigna “vote bien” ¡Qué pereza! Una fuerza del pasado muy pasado, porque ni a remoto llega, y otra fuerza que promete futuro pero que se tiró el presente. Dos fuerzas, mucha fuerza, bastante fuerza; mejor dicho, más fuerza que ideas.

Medellín está en crisis política pero, sobre todo, social. Se habla de hambre y desnutrición en los niños; inseguridad para las mujeres; problemas en Buen Comienzo; deterioro del Inder; calles con huecos; basuras por todas partes; destrucción de la confianza pública y desmoralización de la ciudadanía, entre otros, pero el quinterismo y el uribismo andan jugando a ver quién la tiene más grande, cuál de los dos conceptualiza mejor el insulto y quién es más astuto en la mecánica electoral, más para sentarse en una silla de poder que para darle respuestas oportunas a los problemas de la ciudad.

No son el camino para una recomposición del rumbo porque se han dedicado más a pelear que a proponer soluciones; porque han exacerbado los ánimos de los ciudadanos impidiendo el diálogo sosegado y las acciones eficientes y tranquilas; porque, priorizando su lucha por el poder, le han dado la espalda a los más necesitados; y porque no escuchan y solo gritan, haciendo del ejercicio de la política un circo de perros rabiosos en el que sólo se produce miedo.

Sí, los comparo y los igualo en muchas cosas; ya habrá quien, de manera más ascéptica, pueda ahondar en sus diferencias de forma, porque en las de fondo se le va a complicar.

Medellín está presa de una discusión de sordos liderada por estos grupos de la que no va a salir nada bueno porque lo que buscan es más reafirmarse en su ego que señalar un camino colectivo. Si de verdad quieren a la ciudad, deberían hacerse a un lado el próximo año y jubilarse, por qué no; uno ya está bien pasado de moda y el otro ya hizo bastante plata con esta alcaldía.

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