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¿El consumismo ha traído consecuencias negativas? Por supuesto, tanto por los impactos ambientales que se derivan de la producción masiva de productos como por la aparición masiva de trastornos como el de la compra compulsiva. Aun así, esto es una pequeñez si tenemos en cuenta que los padecimientos de las personas son infinitamente mayores cuando hay ausencia de bienes de consumo que cuando estos sobran.
Aunque es moda criticar al capitalismo y al crecimiento económico, achacándole todos los males que hoy padece la humanidad, la verdad es que incluso en países como Colombia, donde solo hemos visto un espejismo del libre mercado, los niveles de vida que tenemos en la actualidad harían morirse de envidia a cualquier habitante pasado de cualquier lugar del planeta.
Porque disfrutamos, incluso en esta tierra llena de aranceles e intromisiones del Estado en la economía, de acceso a todo tipo de bienes culturales, educativos, sanitarios, alimenticios, recreativos, que ni siquiera la élite de Roma durante su apogeo hace veinte siglos estuvo cerca de disfrutar. Claro, ya sé que me dirán que esto es debido al curso natural de la evolución humana ¡Pero no es así!
La regla de oro era que la inmensa mayoría de la población humana, en cualquier lugar del mundo, viviera en la pobreza e ignorancia absoluta, algo que solo empezó a cambiar en el siglo XIX, en relación directa con el desarrollo del capitalismo, lo que nos permitió pasar de un 90 % de la población viviendo en pobreza extrema, al 10 % ¡Un avance sin precedentes en la historia de la humanidad!
Ante estos abrumadores resultados, la izquierda anticapitalista sabiamente pone la lupa del problema en otro lado: que este crecimiento económico implica el terrible desarrollo de la desigualdad. Un concepto que se ha tornado relevante a pesar de que no dice nada, puesto que en una sociedad en la que todos son absolutamente pobres, la desigualdad es nula, lo que no implica ningún tipo de bienestar para esas personas. El problema es la pobreza, no la desigualdad.
Eso sí, hay un fenómeno todavía carente de explicación: aunque los líderes de izquierda son veloces para criticar los lujos del consumo de quienes prosperan en los negocios, suelen llevar el mismo estilo de vida pero usando los recursos que nos esquilman a través de los impuestos. Pedir acabar el capitalismo mientras están arropados en plumas de ganso desde sus mansiones es el verdadero odio al pueblo.