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Tenía cuatro años cuando mi mamá me contó que Madonna era una revolucionaria. Me contó que había cambiado por completo la industria de la música, que había encontrado maneras de expresarse que antes de ella eran estigmatizadas, rechazadas, bloqueadas. Me contó que Madonna había elegido a un actor negro para interpretar a Jesús en uno de sus videos musicales, y que eso había sido controversial. Y que también había quemado unas cruces. Y se había dado un beso con Britney Spears y Christina Aguilera mientras se presentaba en unos premios.

Nada de esto me pareció mayor cosa cuando me lo contó. No entendía por qué era algo extraño que un actor negro interpretara a Jesús. En ese momento ni sabía que Jesús realmente era del Medio Oriente, y que el ideal de hombre blanco que vemos en todas las iglesias es históricamente imposible. Pero, aun sin saber esto, no me pareció escandaloso. Tampoco me pareció importante que haya quemado unas cruces. Al final del día, para mi era simplemente eso. Cruces de madera, y la madera se puede prender en fuego fácilmente. En unos años sí me iba a convertir en crítica de la Iglesia Católica, sí iba a rechazar muchas de sus doctrinas, pero en ese momento, a mi cerebro de cuatro años no le importaba que una cantante quemara unas cruces.

Que se besara con Britney y con Christina tampoco me afectó. Quizás me impresionó porque nunca en mi vida había visto que dos mujeres se besaran, y mucho menos tres. Me convertiría en una aliada empedernida de la comunidad LGBTIQ+ en unos años. Establecería amistades con personas de muchas sexualidades, de diversos géneros, con maneras diferentes de expresar su individualidad. Pero en ese momento, aunque fue algo que sí llamó la atención, no llamó mi atención. Me distraje con lo que le hubiera seguido, y pasaría mucho tiempo hasta el día en el que me daría cuenta que muchas mujeres a mi al rededor considerarían ese beso como inmoral, diferente, un mal ejemplo para las mujeres, y que muchos hombres que lo considerarían sensual. Que extraña esa diferencia, ¿no?

Con Madonna, a los cuatro años, empecé a cuestionarme los simbolismos. El por qué para muchas personas una cruz, un color, una bandera, un beso, podían significar millones de cosas que, analizándolos desde una perspectiva objetiva, no tenían ningún sentido. Aprendería de la esvástica nazi y que antes de que Hitler se apropiara de ella, era un símbolo proveniente de India que significaba “bienestar.” Pero que ahora quien lo utilice es un supremacista blanco, antisemitista, intolerante, violento. Aprendeía de las panteras negras en Estados Unidos, que utilizaron la imagen de un puño para protestar. Algo tan simple como elevar mi puño puede llegar a ser controversial. Que locura, creo que pensé.

La pañoleta verde, algo tan mundano, se convirtió en el símbolo de mi lucha. El símbolo del feminismo, de la igualdad de derechos y el disfrute de las mujeres y comunidades marginadas. Un símbolo que me encanta cargar conmigo, y me gusta aun más ver que las personas se incomoden al verlo. Porque eso quiere decir que se sienten incómodos frente a lo que representa.

Madonna me enseñó que las acciones no son lo único que tiene poder. En Colombia, creo que los simbolismos tienen incluso más poder que las acciones. Como yace el valor de las personas en si utilizan una pañoleta verde o no. En si van a la iglesia o no, si hacen yoga, si llevan colgado en su cuello un collar con una cruz, con la virgen María. Si tienen en su cuarto colgada una bandera arcoíris. Si el presidente hizo su retrato presidencial en Caño Cristales, mirando hacia arriba o hacia abajo. Si alguien se casa de vestido blanco, o si lo hace de vestido rojo, como Amalia, una de las columnistas de No apto. 

El hecho de que mi mamá me haya introducido a este mundo de los simbolismos fue mágico. Mi mamá, que iba a misa, que se casó de vestido blanco, que utiliza la palabra “Dios” en muchísimas oraciones es la misma mamá que se enorgullece cuando me escucha hablar de feminismos, que terminó la universidad a sus 38 años, que hace yoga, medita, y tiene el corazón más grande del universo. Por mi mamá supe lo que eran los simbolismos sin tabúes, y así también, pude encontrar la manera de avanzar, utilizándolos en mis causas. Por eso creo que hay que conocerlos, hay que aprender a identificarlos, y no hay que tenerles miedo. A algunos debemos rechazarlos, por supuesto, pero solo luego de conocer lo que representan, y el poder que tienen, podremos salir de la edad de piedra intelectual bajo la que hemos vivido desde siempre. Podremos avanzar más allá del aprender con y por miedo.

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