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Amalia Uribe

No todo está perdido

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La vida está llena de pérdidas. Nacer es la primera. La de ser arrebatados del vientre materno, el lugar inicial más seguro que existe y al que jamás volveremos. Hay pérdidas irreparables, imposibles de evitar, otras son temporales. Lo perdido se recupera, retorna, o lo encontramos de nuevo, aunque sea transformado. Pero acontece, es la certeza constante de que lo que llega o encontramos termina por desaparecer.

En este dualismo que es la vida, las apariciones y los encuentros, aunque maravillosos, son el recordatorio de las infinitas posibilidades de nuestra existencia y de la de los demás. Por estos días, cada vez que paso por una loma de Medellín, la cual está muy cerca a mi casa, veo a un señor con un cachorro muy pequeño, haciendo de “pare y siga” en una intersección que se hace entre una loma secundaria cuando sale a la principal. El hombre va girando la especie de letrero improvisado que, en un lado dice pare y en el otro siga, para aligerar un poco el taco que se hace por el cruce. Debo admitir que llevaba muchos meses viendo al señor, pero solo le presté atención cuando vi al perrito a su lado en la acera jugando con una pita dentro de un huacal.

Entonces bajé la ventana del carro y le pregunté de dónde había sacado al cachorro: “Me lo encontré en una basura, con el hermanito, pero ese ya se había muerto”.

—Cuídelo mucho— le dije y le di un billete. —Para que compre comida para usted, su familia, y para el perrito.

El señor me agradeció y siguió dándole vueltas al letrero. Continué mi camino y me quedé pensando en la situación, en todo lo que significa que esos dos seres se hayan encontrado, ambos en situaciones precarias y difíciles, y en la posibilidad de que ese animalito indefenso hubiera dado con una persona desinteresada y bondadosa que lo rescatara de la basura, a la que llegó seguramente por la crueldad de otra. Entonces comprendí que no son las pérdidas o el dolor los que nos definen de forma definitiva, ni tampoco las alegrías o los instantes felices —pues ambas situaciones son pasajeras y hacen parte de la vida—, sino las decisiones que tomamos. Aquello que elegimos ver, cuidar, proteger, darle nuestra atención sincera y desprendida, aun cuando sabemos que algún día no estará.

Es tal vez eso lo que nos separa de los demás y lo que hace diferentes las situaciones que vive cada uno. Son esos momentos en los que elegimos a que darle prioridad y valor los que engrandecen o vuelven pequeño nuestro actuar. Es también la sensación fabulosa de que no hay nada más que este instante, este minuto, y muy poco lo que está en nuestro control, la que nos aleja de esa seguridad de lo que podemos perder que, al mismo tiempo, se convierte en una carga insoportable y hace que nos preocupemos o suframos, incluso, por lo que aún no hemos perdido. Comprobar que dos seres pueden unirse a pesar de las condiciones en las que se encuentren, uno recogiendo basura y el otro arrojado a ella, y luego estar juntos cada día buscando el sustento, es una forma de redención con la vida. Es constatar que no todo está perdido. Empezando por la bondad y las ansias de sobrevivir.

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