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Daniel Yepes Naranjo

Palabras por balas, escucha como arma

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– Padre, ¿es muy difícil hablar con un desmovilizado?

– Yo no hablo con un desmovilizado, yo hablo con la nueva persona que es. No puedo separar el pasado del presente, pero no puedo dejar que el pasado de esa persona me impida ver que tiene otro futuro.

Esa frase sigue clara en mi mente. Me quedé en silencio los diez minutos que faltaban para llegar a la cita que teníamos. Es posible que él no lo recuerde, pero yo sí, y le agradezco profundamente esa respuesta a mi pregunta, dada con la tranquilidad, la firmeza y el tono que todos conocemos del padre Francisco de Roux.

Desde ese día no lo he vuelto a ver. Recuerdo que almorzamos con otro amigo y que antes de empezar a comer, bendijo sus alimentos, los nuestros y el momento presente en el que estábamos. Yo, en mi incomodidad de agnóstico, agradecí su gesto sincero y sentí mucha calma.

Charlamos sobre muchas cosas. En su cadencia, el padre es, a mi parecer y basado sólo en la hora y media que estuvimos juntos, un excelente conversador. Además, tiene una capacidad que, en este mundo de aceleración constante, ruido ensordecedor y autoafirmación narcisista, es revolucionaria: su escucha paciente. El padre calla la mayor parte del tiempo, va tomando nota mental de los argumentos del otro, te ve a los ojos, asiente o niega con su mirada, menos como un gesto de aprobación o desaprobación de lo que dice su interlocutor y más como una especie de conversación interna que va teniendo con él mismo, para responder de forma serena y precisa a lo planteado.

Tal vez por eso ha tenido un papel tan importante en el camino que ha recorrido Colombia hacia la salida del conflicto, porque su capacidad de escuchar abre nuevos horizontes de interpretación, de comprensión, de verdad.

¿Qué fuera de Colombia si nos hubiéramos escuchado más en el pasado y que sería si lo hiciéramos hoy y en el futuro? ¿Si aprendiéramos a exponer nuestras diferencias mediante una fuerza completamente diferente a la de las armas, por ejemplo la de las palabras? ¿Si no pretendiéramos imponer una visión individual sino enriquecerla con la de los demás para hacer de nuestra nación un canto formado por una multiplicidad de voces y sonidos?

Tomemos la escucha como arma y cambiemos las balas por palabras. Hagamos de Colombia un país que se escucha y conversa, que no pisotea las diferencias sino que las promueve, y que tiende una mano amiga a todo el que, como hijo de esta tierra, quiere construir una patria orgullosamente pacífica. 

Confieso que quisiera tener la capacidad del padre. Quisiera abrir mi corazón a nuevas historias, gritos de súplica, llamados de ayuda. Sentir los ecos lejanos de quienes hablan de esperanza, diálogo y reconciliación, y ayudar a volverlos clamor. Quisiera poder servir a un país al que le es urgente pensar lo que siente y sentir lo que dice. 

Me comprometo a hacerlo.

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