Principios para transformar la educación en Colombia

Principios para transformar la educación en Colombia

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Hace un par de semanas, en esta misma columna, escribí sobre la urgencia de una reforma educativa para Colombia. Estamos educando a nuestros jóvenes con una educación del pasado esperanzados en que tengan y construyan un mejor futuro. Quisiera enumerar algunos principios sobre lo que considero que debería contener el cambio de paradigma de la educación media y básica en Colombia.

  1. Una educación que valore la diversidad. No podemos pretender tener una educación pertinente en el siglo XXI sin que esta no valore la diversidad como principio básico de nuestra especie y de la humanidad. Nuestro país no sólo es diverso en nuestros tonos de piel, culturas y condiciones socioeconómicas, también lo somos en nuestros géneros y sexualidades y cada vez más, en nuestras identidades globales, nacionales y transnacionales. La diversidad no puede ser vista como un problema de convivencia, como hoy se concibe en las prácticas pedagógicas, la diversidad siempre es una oportunidad y un valor intrínseco que ha hecho que la humanidad prevalezca y avance. Valorar la diversidad comienza, sólo para empezar, acabando con la uniformidad del conductismo estético. En otras palabras, flexibilizando el uniforme escolar, derogando las prohibiciones y normas sobre como los y las jóvenes deben verse, vestirse y comportarse.
  • Una educación enfocada en la conciencia. Cada vez más el mundo entiende que la educación no es sinónimo de acumulación de saberes. La educación es un proceso de formación del ser: del saber-hacer, el saber-pensar, del saber-saber, del saber-sentir y del saber-sentirse. La educación escolarizada debe de recordar e interiorizar su rol de ser la introducción al conocimiento humano y en la conciencia de lo que implica nuestra humanidad. Edgard Morin habla del rol en la educación en la interiorización de las consciencias terrenales: consciencia antropológica: que reconoce nuestra unidad en nuestra diversidad; consciencia ecológica, la conciencia de habitar con todos los seres mortales una misma esfera viviente: la biósfera; conciencia cívica, es decir de la responsabilidad  y la solidaridad para los hijos de la tierra; y consciencia espiritual de la humanidad, condición que viene del ejercicio complejo del pensamiento y que nos permite a la vez criticarnos mutuamente, auto-criticarnos y comprendernos entre nosotros.
  • Una educación para la exploración. Va más allá de aprenderse las ciudades capitales de memoria o de aprenderse cada uno de los elementos de la tabla periódica. La educación debe enfocarse en las capacidades del sujeto para seguir aprendiendo, para comprender el mundo que lo rodea y sus retos y para que sea flexible en un mundo cuya característica principal, cada vez más, es la incertidumbre. Los conocimientos no son estáticos y la racionalización ya no es el objetivo deseable de la educación. Debemos refundar la educación -y la pedagogía- para que esta le sirva a la exploración.
  • Más allá de la pertinencia educativa: los debates sobre la pertinencia educativa han estado centrados, principalmente, sobre cómo la educación le sirve a las necesidades del mercado. Es por esto por lo que las conclusiones rápidas a las que se llegan es a la urgencia de implementar más asignaturas STEAM y para la 4ta Revolución Industrial. Esto no está mal, pero una educación pertinente también prepara a los futuros ciudadanos para enfrentar la crisis climática, la escasez de recursos, los conflictos de la pluriculturalidad y la globalidad, la alimentación saludable, la consciencia sobre las emociones y las enfermedades mentales, las discusiones éticas sobre las implicaciones del avance tecnológico y la transformación económica, etcétera. Una educación pertinente prepara a los ciudadanos para que asuman los retos del mundo que reciben. La educación pública en Colombia, hoy, no ofrece eso.

Finalmente, y como quinto punto, la educación debe ser un proyecto nacional de igual importancia que el de la construcción de Paz, la eliminación de la pobreza y la solución definitiva al problema de las drogas. Colombia necesita una educación pública que trascienda los discursos vacíos de la calidad educativa, la pertinencia basada en asignaturas y la manía de crear cátedras; también que supere las alarmas momentáneas y melifluas de los resultados anuales de las pruebas estandarizadas. La educación pública en Colombia le urge un debate serio y los reflectores necesarios para una transformación que, a mediano y largo plazo, transforme al país. Insisto en la pregunta que como país nos falta hacernos: ¿cuál es la educación que necesitamos para la sociedad que queremos?

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