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Alejandro Cortés

¿Un futuro oscuro?

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"Me cuento entre quienes creen en esa aspiración humana fundamental, pero me aparto de la visión individualista de la misma. ¿Podemos tomar el control de nuestras propias vidas? Sí, pero no podemos hacerlo de manera aislada, sino colectiva."

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“Toma el control de tu propia vida”, “empodérate de ti mismo”, “asume el control de tu destino”, nos dicen, nos repiten, nos insisten, los discursos contemporáneos de la llamada autoayuda o crecimiento personal. A estos se les acusa frecuentemente de ser superficiales, y posiblemente lo sean (no me atrevo a afirmarlo, pues nunca me he sentado a revisarlos con calma), pero tal vez su éxito se derive de que se basan en resaltar una aspiración humana fundamental: aquella que nos dicta que debemos separarnos del reino de la naturaleza, en donde la vida de los seres está determinada por factores exógenos a ellos mismos, y moldear nuestro propio camino de manera racional y autónoma.

Me cuento entre quienes creen en esa aspiración humana fundamental, pero me aparto de la visión individualista de la misma. ¿Podemos tomar el control de nuestras propias vidas? Sí, pero no podemos hacerlo de manera aislada, sino colectiva. La libertad individual, ese valioso ideal liberal, solamente se puede ejercer en sociedad. Para lograrlo, conviene tener presente que no somos seres autosuficientes. Somos frágiles y vulnerables, así nos empeñemos tozudamente en negarlo bajo discursos individualistas de superación personal. Y la única manera de protegernos de nuestra compartida fragilidad y vulnerabilidad es mediante el cultivo de una vida en común a través del diálogo y la aspiración al entendimiento mutuo.

Escribo esto sintiéndome algo atónito. Hace dos años todo parecía normal. No perfecto, por supuesto, pero normal. Y de repente, abro los ojos y veo que ha pasado lo impensable: una pandemia, una guerra abierta en Europa y la amenaza de un conflicto nuclear. A veces me pregunto si estoy viendo una película futurista distópica o si de alguna manera terminé viajando en el tiempo al siglo XX.

La historia, la sangrienta historia de guerra, enfermedad y lágrimas, parece repetirse una vez más. Desesperanzador, sin duda alguna. Hoy más que nunca vale la pena recordar que somos frágiles y que nos necesitamos los unos a los otros para protegernos de la vulnerabilidad que nos une. Si insistimos en olvidar esto, nos espera un futuro oscuro y desolador para el cual ninguno de nosotros está preparado.

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