“Es un atajo poner entre paréntesis lo tremendo de las mujeres, imaginarnos solo como organismos de buenos sentimientos, hábiles maestras de la gentileza”.
Elena Ferrante
Nos empujan a los extremos. Debemos ser bonitas, jóvenes y santas al mismo tiempo. Si no, seremos descuidadas, poco femeninas y agresivas. Nos dividen y nos miden en partes: “es bonita de cara, pero el cuerpo no le ayuda”; “tiene un cuerpazo, pero es aburridora”; “es inteligente, pero no se arregla” (además, como si partieran de la base de que estamos dañadas). Nos exigen que nos comportemos como “damas”, que no cuestionemos ni alcemos la voz. Y así, con contundencia, nos empujan a límites imposibles.
Al mercado le sirve que nos sintamos frustradas. Siempre habrá una nueva crema antiarrugas, un tratamiento para adelgazar y otra colección de moda. Eso del paso del tiempo no podemos permitírnoslo. La piel debe ser tersa a cualquier edad, no importa lo que cueste. El cuerpo, tonificado, esbelto y bronceado, no importa si en ello se va la vida. La ropa debe estar en tendencia, porque ese jean que se usó a mitad de año ya está pasado. Se apropian de discursos creados con sentido y profundidad y los modifican para su beneficio. El “amor propio”, entonces, se convierte también en una obligación y en una medida de juicio. ¡Quiérete! nos gritan al mismo tiempo que nos muestran las formas de ese afecto en las vitrinas de los centros comerciales.
Nos distraen para que el pensamiento sea cada vez más escaso. Y siguen creyendo que solo podemos ser bonitas, jóvenes y santas. Pero ni solo somos eso, ni lo seguiremos siendo. Reconocernos en nuestra complejidad nos amplía la comprensión de la belleza desde dimensiones más profundas. Sabernos bellas trasciende la pobre idea de “ser bonita” para ubicarnos en el plano de la experiencia estética. Ser bellas es reconocernos en un cuerpo maravilloso, que nos permite relacionarnos con el mundo material y en el que cada célula cumple su función. Es saber que a través de los sentidos percibimos lo que pasa en nuestro entorno y que en esta misma corporalidad vibramos y nos conmovemos. Sentimos el mundo desde el cuerpo, cualquiera sea su proporción.
No seremos eternamente jóvenes, sencillamente, porque es imposible. Porque asumimos que con los años tenemos la posibilidad de conocernos más y mejor. Con las canas y las arrugas viene también una dulce sabiduría que consiste en ser menos lo que otros esperan para ser más lo que cada una es. “¿Qué voy a hacer al respecto? ¿Dejar de envejecer? ¿Desaparecer?” preguntaba, exquisitamente, Sarah Jessica Parker. Pues no. Viviremos la adultez y la vejez como consideremos que es sano, amable y considerado con nosotras mismas.
Y santas, nunca. Pensar que nuestra existencia está destinada a la virtud nos limita y nos merma. No somos seres en los que solo habitan los buenos sentimientos. Sentimos envidia, ira y celos. Hay gente que nos repele y de quienes, sencillamente, no queremos ser amigas. Somos soberbias y vanidosas porque, de alguna manera, aprendimos a defendernos así. Sentimos pereza. Y sí, mundo, sentimos lujuria y ¡nos encanta!
Esta no es una bandera para llevarnos a los otros por delante, ni para justificar las agresiones y los oportunismos que también cometemos. Al contrario, reconocer nuestra humanidad, compleja, llena de matices y ambigüedades, nos fortalece porque nos saca de la cuadrícula de los estereotipos para ubicarnos, con conciencia, en nuestra existencia. En esta realidad que es atroz y violenta y, al mismo tiempo, sorprendente y extraordinaria.
Reconocernos inconsistentes, incoherentes e imperfectas es un problema muy serio para el sistema. ¿A quién van a convencer de comprar y comprar como fórmula para llenar sus vacíos? ¿A quién más podrán hacer sentir culpable por no ser bonita, joven y santa? La culpa y la frustración de las mujeres son un potente recurso para mover las economías mundiales. Y entonces, hace décadas lo advertimos: poco a poco, seguiremos gritando en defensa de nuestra individualidad, de nuestras diferencias. Vamos con lentitud, pero hemos logrado lo impensado y nuestro ritmo no se detiene.