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Camilo Arango

La paz grande

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"Tras cinco años de la firma del acuerdo, parece claro que no hemos tenido un liderazgo nacional. La implementación no es una responsabilidad exclusiva del gobierno, y la rendición de cuentas no solo le corresponde al Presidente."

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La última semana en Colombia estuvo marcada por la conmemoración de los cinco años de la firma del acuerdo de paz con la guerrilla de las FARC. La visita del Secretario General de Naciones Unidas al país permitió escuchar a muchas voces que rara vez se encuentran en eventos públicos, y mucho menos para hablar sobre el estado de implementación del acuerdo, o para poner sus voces y compromisos en los puntos que todavía presentan rezagos importantes. 

Fueron muchas las reflexiones interesantes que quedaron. Los medios de comunicación hicieron un especial cubrimiento, como era apenas natural, del Presidente de la República y del Secretario Guterres, quienes dieron cuenta en sus alocuciones del compromiso necesario de unos y otros para seguir avanzando en las agendas de mediano y largo plazo trazadas por el acuerdo. 

Sin embargo, entre todas las voces que surgieron, resultó especialmente valiosa la del Padre Francisco de Roux, Presidente de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad y conocedor como pocos de los efectos del conflicto armado colombiano en los territorios, especialmente en aquellos que sufrieron mayores afectaciones. Su voz, a diferencia de las más protocolarias que pusieron los acentos sobre los logros y las cifras de inversión, volvió sobre la reflexión de lo fundamental: la paz como objetivo colectivo de la sociedad colombiana, o la paz grande, como la llamó. 

Su intervención fue corta, pero profunda. Un llamado de urgencia ética a pensar la paz más allá del acuerdo, la paz grande, por fuera de las diferencias políticas o de partido. De ella quisiera rescatar tres ideas que creo deberían ser el centro de las conversaciones nacionales sobre los avances y retos que todavía tenemos como sociedad. 

Tras cinco años de la firma del acuerdo, parece claro que no hemos tenido un liderazgo nacional. La implementación no es una responsabilidad exclusiva del gobierno, y la rendición de cuentas no solo le corresponde al Presidente. Las instituciones nos quedamos cortas en los esfuerzos que pudimos haber liderado para hacer realidad lo acordado. A todos nos asiste algo de responsabilidad en la solución de un problema que a todos nos afecta. 

En segundo lugar, no hubo entre nosotros grandeza humana suficiente, no hemos resuelto como sociedad lo necesario para que la paz sea posible. No se pueden desconocer los avances, que para muchos puntos del acuerdo no solo son positivos sino históricos en comparación con otros acuerdos suscritos en el mundo, pero nos faltó la grandeza ética para hacer de la paz grande un propósito colectivo y diverso, como sí lo hizo con su renovado compromiso el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, que sigue viendo en Colombia una oportunidad para demostrarle al mundo que la paz sí se puede acordar y construir sin la mediación de las armas.  

Y finalmente, en tercer lugar, un llamado de atención. La paz salió del estado de opinión. La gente dejó de hablar de ella, se volvió incorrecto hablar de la paz grande. Incluso, dice el Padre Francisco, las campañas políticas dejaron de mencionarla, porque esta no trae votos. “La ausencia de la paz grande, trajo la desvalorización de la misma paz. La paz que exigía mucho coraje nacional, mucha audacia para reconocer la verdad de nuestra tragedia humana, para enfrentar los cambios estructurales que volvieron a pedir los jóvenes de primera línea el pasado abril. Se le puso adjetivos para controlarla, se la sacó del estado de opinión”.

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