Llega la segunda carta de Leyva, la había prometido cuando mandó la primera. Más detalles, más desapariciones del presidente narradas entre citas de San Agustín y Santo Tomás que lo justifican por llamar a Petro drogadicto.
Nos metemos a la boca un puñado de crispetas leyendo ávidos en X desde la primera hasta la quinta página.
Ordenan la detención de los expresidentes de Senado y Cámara. Los acusan de haber recibido sobornos en efectivo del presupuesto del UNGRD. Seguimos la crónica televisiva a través de Youtube, que muestra la interceptación de Name y relata que Calle no ha podido ser localizado.
¿Huirá? Nos preguntamos atragantados de caramelo y sorbemos con el pitillo un trago de cocacola, queriendo ver una persecución.
Los medios siguen regurgitando las imágenes de Petro con la espada de Bolívar y no podemos escapar de lo risible: verlo con guantes de mimo levantando el trasto y después agitando un banderín negro y rojo. ¡Otro! Otro para la colección. Va encima de la bandera del M-19, que va encima de la de Colombia. Grita ¡libertad o muerte!
Y nosotros pegamos la boca al tarro para echarnos el último bocado que viene azucarado y con granitos de maíz pira sin explotar, que son tan difíciles de masticar.
Nos mandan por whatsapp el decreto firmado por el Presidente que nombra a Benedetti como ministro encargado de las funciones presidenciales mientras se va de viaje para asistir a la Celac.
Ahora somos nosotros los que gritamos: “¡pongan más maíz en la olla!”
Luego vemos que el presidente desmiente su propio decreto.
Entonces nos paramos frente al fogón a ver las crispetas explotar mientras esperamos el regusto de la siguiente indignación.
Somos adictos al show y los políticos redomados lo saben. Por eso las noticias dejaron de ser hechos sobrevinientes y ahora son hechos suscitados por sus protagonistas, ellos saben que le tenemos más miedo al aburrimiento que al desastre.
Somos nuestros hijos con sus ojos de angustia cuando les suspendemos la dosis de pantallas del día: ¿y si me aburro? Preguntan. A ellos les contestamos una letanía sobre cómo la creatividad florece en el silencio de la aburrición. Cómo esta es la semilla de lo nuevo, del juego más original y entretenido. Ellos nos miran escépticos y cuentan los minutos para que termine el rato de desconexión.
Como nosotros, que llamamos tibios a los políticos que no bombean con sangre rabiosa ni tocan los tambores de la amenaza ni oscurecen el futuro para asustarnos a todos. Llamamos tibios a los políticos que no se rigen por las leyes del espectáculo.
Dice Yuval Noah Harari que la política no se supone que sea entretenida pero, en un mundo adicto a la excitación, el ciclo del espectáculo es irremediable. “Necesitamos más políticos aburridores, necesitamos tiempos más aburridores”, dice. “La aburrición no es aburrida, es necesaria”, nos aconseja, como nosotros a nuestros hijos.
En Colombia, los políticos aburridos son los que están en el centro. Conviene pensar en ellos como dice el filósofo Byung-Chul Han en La crisis de la narración: frente al fuego, congregando a una comunidad que escucha una historia con la razón y el corazón. Porque las cuestiones que nos importan son complejas y exigen silencio y reflexión. Y no se pueden empaquetar en shorts de storytelling rabioso para ser esnifados como cocaína. Por eso la narración va extinguiéndose ante los bultos de información que se consumen con placer como la comida chatarra e intoxican en igual medida.
En su columna de El Espectador escribió Brigitte LG Baptiste: “en el centro no hay héroes arrebatados, pero sí pasiones sofisticadas (…) de cierta forma evitando apagar la vela que hay que ponerle a dios y al diablo, porque entre las dos hay luz suficiente para iluminar el camino de las decisiones complejas”.
Con mucho ruido empezó la campaña de 2026. Se nos impone aguzar el oído, apagar el fogón donde explotan las crispetas y escuchar allí donde suena el murmullo de la razón, la conciliación y la esperanza, en el canal opuesto donde se oyen las fanfarrias del espectáculo.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/catalina-montoya/