¿Deberíamos separar al autor de su obra?

Mi experiencia escribiendo para No Apto, y sobre todo ejerciendo mi carrera, no ha sido lineal. Hace algunos días atravesé una crisis existencial al perder de vista el porqué de estudiar y hacer economía. Se me olvidó su sentido, su utilidad, su urgencia.

Y creo que eso que viví no me pasa solo a mí. Intuyo que muchos economistas, e incluso la sociedad en general, viven lo mismo. Estamos tan absortos en clases magistrales de matemáticas, en modelos, fórmulas, análisis técnicos y papers, que olvidamos que detrás de cada dato hay una vida, una necesidad, una historia.

Nos volvemos felices calculando equilibrios, estimando ganancias, midiendo crecimientos, hablando con una jerga que solo nosotros entendemos, olvidando que la economía fue creada para —y por— el ser humano.

¿Para qué sirve cada indicador macroeconómico? ¿Por qué hablamos de aranceles o del precio del dólar como si fueran verdades divinas? Todo eso tiene sentido solo si no olvidamos que el propósito de la economía es claro: entender cómo organizamos lo poco que tenemos para cubrir lo mucho que necesitamos.

Desde que nacemos, cargamos necesidades que parecieran elementales: comer, tener refugio, ser cuidados. En un mundo justo, nacer bastaría para tener acceso a lo básico, pero nuestra historia —llena de egoísmo, miedo y competencia— nos llevó a crear sistemas que intercambian, que asignan, que excluyen. Así nació la economía, como un intento de ordenar esa convivencia.

Y sí, sin ese sistema, no tendríamos tiempo para pensar, estudiar, descansar o escribir columnas: estaríamos haciendo pan, construyendo camas o sembrando arroz todo el día. El intercambio —aunque imperfecto— nos liberó, pero también nos desvió.

Entonces, me pregunto: ¿cuándo fue que separamos al autor de su obra? ¿Cuándo dejamos de ver que detrás del modelo, la decisión o la reforma, hay una vida?  El hombre creó la economía para vivir en conjunto, para beneficiarse mutuamente, y sin embargo, entre más complejos los sistemas, menos presencia tiene el ser humano en ellos.

El Estado nació como intento de coordinar una vida común, de corregir lo que el mercado no puede, de garantizar oportunidades a quien nace sin ellas. Pero hoy, muchas veces, lo encontramos sin voz, sin criticidad, sin la capacidad real de trabajar por el bien común. Ha perdido, en parte, su rol de equilibrio, atrapado en inercias, intereses, burocracias y egos.

El niño que nace en una familia pobre y no tiene alimento, necesita un sistema adecuado para satisfacer esas necesidades que por nacer ya posee. Pero, si nadie entiende que lo que hacemos tiene un propósito —que va más allá de las métricas—, ¿cómo ese niño obtendrá su alimento?

Estudiar ideales, conocer los problemas, medir los crecimientos es importante. Sin embargo, lo más importante, incluso más que saberlo todo, es entender para qué se hace. Y trabajar con propósito. Propósito que todos necesitamos, pero que muy pocos, a veces, logramos ver.

Quizás esta sea la única columna no técnica que escriba. Pero tal vez sea la más sincera. Porque las crisis existenciales no se resuelven con números —aunque a veces los necesitemos para actuar—. Porque los números no sirven si no sabemos a quién representan. Y aun si lo sabemos, no sirven si no hacemos nada con la información que nos dan. Porque la economía, sin el ser humano, no es más que una ecuación vacía.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/carolina-arrieta/

5/5 - (3 votos)

Compartir

Te podría interesar