La primera columna que escribí para No Apto tuvo por título Claro que es racismo. Corría el mes de septiembre del año 2022. Decía entonces que no es nuevo eso de renegar de otros por su color de piel, por su ascendencia, por pertenecer a tal o cual etnia. Que no es nuevo ni se acaba.
Es claro que, en lugar de avergonzarse, los racistas andan de plácemes. Si alguna vez sintieron que tenían que ocultar sus opiniones o decirlas en privado, ahora se despachan donde se les ocurre. Lo exhiben sin temor, porque incluso saben que habrá aplausos que les permitirán ignorar a quienes les señalan sus fobias repletas de prejuicios.
He citado en otros momentos este fragmento de la canción Gallego, del cubano Frank delgado: “La historia es espiral que nunca acaba…”.
Porque el racismo se esconde en cualquier lado y se presenta como comentario inocente entre amigos o como explosión llena de rabia y clasismo, o puede ser un comentario político o la opinión desinformadora de alguien con micrófono y audiencia gigantesca.
¿Lo dudan? Un ejemplo: la señora socia del club El Nogal que, para quejarse de la presencia en el sitio de alguien de su malquerencia, rebusca en su memoria un insulto, una palabra que considere lo suficientemente peyorativa para sentirse superior y entonces la encuentra y la suelta, todo en fracción de segundos, como funciona el cuerpo humano: «¿Qué hace esta indiamenta acá?», espeta.
Me dice el Diccionario de Americanismos que indiamenta es un sustantivo y que es de origen colombiano (claro que lo es, tenía que serlo).
Otro más: el señor que fungió de vicepresidente entre 2018 y 2022 y que responde al nombre de Francisco y lleva un apellido de abolengo, trina para que lo lean sus más de seiscientos mil seguidores: «Enfrentar la minga debe ser uno de los objetivos de los ciudadanos que creemos en la democracia». Allá ellos, los de la minga, acá nosotros, los ciudadanos, manda a decir el exfuncionario. Es su visión particular del choque de civilizaciones.
¿Hace falta otro? Aquí está: el señor con micrófono y audiencia, con programa matutino y la capacidad para destilar su clasismo y racismo. Lo registraron como Néstor y lleva como apellido Morales. Lo de exhibir sus prejuicios lo hace con frecuencia, como cuando se burló (mírenme cómo soy de charro y ocurrente, pudo haber pensado en aquel momento) de la llegada de cruceros a Buenaventura. Tan parecido a esos gringos de El otoño del patriarca gritándole al viejo dictador «…ahí te dejamos con tu burdel de negros». No sorprende, pues, que lo haga de nuevo, ahora en tono confesional: «¡Claro que hay clasismo, los clubes son espacios privados en donde se reúne gente que tiene intereses comunes», sostuvo en su emisora. ¡Qué hace esta indiamenta acá!
El último, para no extenderme, porque puede estar trayendo ejemplos hasta el final de los días y las horas. El señor tuitero que se presenta como profesor en la Universidad de los Andes y que tiene un doctorado en una universidad catalana y que dice «Está bien respetar y compartir los saberes (ancestrales) de las comunidades indígenas. Pero la historia nos muestra que esos saberes no son los que han transformado la humanidad». ¡Ah, esa condescendencia! ¡Ah, esa infantilización del otro! ¡Ah, esa visión tan corta de lo humano! Ellos, los exóticos; nosotros, los racionales.
Y ahí, a la sombra, una multitud: los que naturalizaron el racismo, los que no lo notan en sí mismos, los que lo replican, los que lo celebran, los que lo toleran… Lo dicho, el racismo, ahí.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/mario-duque/