Entrevisté a Vargas Llosa en 2013. Entonces me dijo que no se pensaba jubilar, que iba a escribir hasta que se muriera. Se murió el 13 de abril de 2025, 12 años, 2 meses y 18 días después de esa conversación que tuvimos en el hotel Santa Clara, en Cartagena, él desparramado en una silla, moviendo las manos, riéndose.
Había buscado esa entrevista por un año, escribiéndole cada mes a su secretaria hasta que un jueves de octubre me llamaron: Vargas Llosa dará dos entrevistas en Cartagena, y una tiene que ser para vos.
Quería entrevistarle porque había leído El elogio de la madrastra y Los cuadernos de don Rigoberto para una clase y me habían encantado: son dos novelitas eróticas en las que me presentó a Egon Schiele, ese artista que me flechó. Luego había leído La fiesta del chivo y tuve esa sensación de no querer parar.
Esa mañana de enero lo vi primero en el balcón del hotel. Parecía una efigie vestida de blanco, con un pequeño copete Alf. Temblé: en una hora iba a encontrarme con ese señor tan Nobel de Literatura. Me saludó, lo saludé, se sentó y conversamos de La ciudad y los perros —se cumplían 50 años de su publicación—, del Nobel, de su padre, de las rutinas, de ser un espectáculo —también me había leído La sociedad del espectáculo—, de sus días como actor de teatro. Estuvo querido, suelto, se reía, explicaba, recordaba. Cuando se paró me dio la mano y se puso su chaqueta de escritor importante y serio. Lo vi irse altivo.
Me volteé contenta para revisar la grabadora: no había grabado. Ni una palabra. Ni el eco de su voz. Tampoco había tomado muchos apuntes, lo había estado escuchando, interesada.
Llamé a una amiga: se pone a escribir lo que se acuerde YA MISMO.
Llamé a mi jefe: confiaba en mí.
Esa noche escribí la crónica de una entrevista y lloré por horas.
Leer aquí: Vargas Llosa no se piensa jubilar
El día que se murió dudé si volver a contar esta historia, poner mi foto con él en Instagram, con ese hombre que en sus últimos años se había convertido en muchas cosas que criticaba en su libro, y además había dado el giro final a la derecha y más.
Además, cuando se muere alguien las redes se llenan de fotos con esos personajes, de historias en las que se hincha el pecho: lo conocí, le di la mano, mírenme. Una sociedad egocentrista, no importa el muerto, sino uno con el muerto. Somos producto de la sociedad del espectáculo.
Pero me sumé a la tendencia. Ese momento fue muy importante para mí: una de las lecciones fundamentales de mis días como periodista cultural en un diario. Se trataba de confianza: fui capaz de escribir esa entrevista que no salió como la había planeado, aunque no hubiese puesto la grabadora: mi mente hace poco recordó que cuando vio a Vargas Llosa en el balcón le puso el seguro, pero se me olvidó quitarlo cuando lo vi.
Hay historias que te marcan, y esta es una de esas.
La otra reflexión inevitable fue la eterna pregunta sobre la separación de la obra y el artista. La respuesta que más me gustó fue la de la periodista peruana Laura Arroyo: “En este caso específico no tiene ningún sentido. Con Vargas Llosa esto se hace de facto… es injusto creer que su obra es solo literaria, cuando es un personaje que ha hecho política activamente desde hace muchos años, y especialmente en los últimos. Su obra es por tanto literaria y política… fue un peruano que representa bastante bien el declive de los valores democráticos a nivel mundial”.
Lo resolví así: me quedo con el escritor de esos libros que tanto me gustaron —y que sigo recomendando—, sin dejar de reconocer que políticamente no estoy de acuerdo con él, y que de eso hay que hablar. Nada de ocultarlo.
Es también esta una reflexión sobre no hay muerto malo. El otro ejemplo es el papa Francisco, con las redes llenándose igual de adjetivos, el más progresista, el más carismático, el más amigo de los pobres, el más… y sí, era progresista —y hay que preocuparse por el que viene en un contexto político yendo a la derecha—, pero de todas maneras hay que mirarlo en un rango católico. Bien nos lo recuerda la columna de Leila Guerriero en El País: “La conmoción por la muerte del Papa no puede hacernos olvidar que se opuso a muchas conquistas sociales”.
A veces se nos olvida lo obvio entre tanto espectáculo: eran seres humanos.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/monica-quintero/