Nuestra cultura política es precaria. En la academia poco o nada nos enseñan sobre lo público. De ahí que no sea extraño que personas con un buen nivel de escolaridad a menudo planteen que el Estado hay que manejarlo como una empresa y lo que se necesitan es gerentes, no políticos. Lo dicen con aire de suficiencia y con la aquiescencia de los demás ciudadanos. ¡Una obviedad! Pues no.
Empecemos con lo básico. Una empresa es un tipo de organización que se diferencia de las demás, principalmente, por su ánimo de lucro. Se crea para generar utilidades: diferente a un gremio, a un organismo multilateral (ONU, FMI, BID, etc.), a una fundación o a un sindicato, que tienen fines diferentes, así como el Estado tiene los propios.
La racionalidad dominante en las empresas es o debe ser la privada y la económica: maximización de recursos, eficiencia y eficacia. No es la única, por supuesto. También hay asuntos de personas e instituciones, de sus grupos de interés (stakeholders)., para atender, que son más bien cuestión de política. De ahí que temas como el gobierno corporativo estén hoy en la agenda de las principales empresas, y que la gestión humana y el bienestar laboral sea tan importante en el éxito empresarial.
Por su parte, los estados y las entidades territoriales tienen como función principal garantizar la estabilidad social y el bienestar de sus habitantes, incluyendo el cuidado de su territorio. Para ello, deben mediar entre la diversidad de intereses de personas, grupos y entidades, que es lo propio de la racionalidad política. Obvio, deben, al tiempo, conseguir y racionalizar los recursos comunes; ser eficientes y eficaces, esto es, cumplir una función económica; gestionar, organizar, que es muy distinto a ser una empresa, en donde hay que descartar todo lo que no agregue valor o genere riqueza económica. Eso no lo puede hacer un Estado, porque sus prioridades también son sociales y ambientales, no solo económicas, y porque cumple, entre otras funciones, la redistributiva, para subsidiar con recursos de unas personas y sectores las carencias de otros. Con hidrocarburos, la salud y la educación, por ejemplo. Una escuela pública no debe, por tanto, manejarse con la lógica gerencial.
Esto, tan básico y también tan obvio, es lo que los fanáticos del “gerencialismo”, que presumen de saber del tema, soslayan. La economía de mercado y el capitalismo pusieron a la corporación, es decir, a la gran empresa, como la institución paradigmática de nuestros tiempos y, como si no fuera poco, algunos se fueron al extremo de la empresarización de toda la existencia y proponen gerenciar hasta la propia vida, porque la empresa más importante soy “Yo mismo S.A”, ¡Qué horror! ¿Qué pasa si no soy rentable o dejo de serlo? ¿Me debo suicidar? La vida no se gerencia, se vive.
Pero más allá de todas las exaltaciones o críticas que se le podrían hacer a los modelos empresariales y gerenciales predominantes, lo importante aquí es entender que cada tipo de organización precisa de formas particulares de gestión. Es cierto que ahora a lo privado, a las empresas, se les exige cada vez más interés por lo público, y, viceversa, a las entidades públicas más rigor con la gestión económica, pero el que los límites se vuelvan más difusos, no les cambia la esencia. Las empresas seguirán cuidando sus intereses privados y el Estado velando por lo público.
Ahora, si la naturaleza, la misión, las funciones y la racionalidad predominante en cada institución (Estado y empresa) son diferentes, pues las mentalidades de las quienes las manejan también debe serlo. Un dirigente público debe ser, ante todo, un buen gobernante y político, lo que incluye, ser un buen administrador, para organizar y gestionar los bienes comunes, y, lo más importante, privilegiar siempre el interés público sobre el privado en su gestión. Por su parte, el gerente o dirigente empresarial se debe a lo privado, a los dueños de la empresa, para los que debe maximizar las utilidades, y, si es decente y practica un “capitalismo consciente” (valga el oxímoron), pues tratará de no hacerlo a cualquier precio, sino minimizando los efectos sociales y ambientales, pero sin olvidar a quien sirve.
Así como necesitamos buenos gerentes y empresas sostenibles, precisamos, ante todo, de buenos gobernantes para tener un Estado sólido. Los problemas de gobierno que tenemos no se solucionan con gerentes, sino con mejores gobernantes, como los problemas gerenciales, no se solucionan con buenos dirigentes públicos, que pueden no ser tan buenos en lo privados, por su vocación, ante todo, social.
Esta es la columna más básica que he escrito: me siendo medio estúpido, con esta disertación tan elemental. Pero para la estupidez de los gerencialistas, un estúpido y medio, a ver si entienden: los estados no se gerencian, ante todo, se gobiernan.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/pablo-munera/