Los hombres son malos

Los hombres son malos por naturaleza es una de las frases que más ha determinado la manera como entendemos el comportamiento humano. Desde Thomas Hobbes y su descripción de los hombres como egoístas y violentos, hemos privilegiado el relato de la perversidad humana. Nos hemos narrado como seres que sólo buscan el beneficio propio, que no cooperan, que no se preocupan por los demás, y que viven en guerra constante. Aceptamos que hay una suerte de malignidad de nacimiento que nos domina, como un conjuro que define nuestra perversidad, nuestro estado de violencia y conflicto perpetuo.   

Las expresiones populares del feminismo que se encuentran en redes sociales han puesto esta conversación en otros términos. La maldad no es propia de la humanidad, sólo de una parte de ella: la masculina. Son los hombres los malos y los violentos. Uno de los principales argumentos es precisamente que son los hombres quienes hacen las guerras. Algunas incluso sostienen que dada esa violencia natural masculina es conveniente que cada vez más lleguen a puestos de decisión política mujeres, pues eso garantizaría, en cierto sentido, el fin de las guerras.

La posición de la maldad natural masculina es equivocada. Lo es también aquella que asume a la humanidad en su conjunto — no solo a los hombres — como egoísta y violenta, tal y como pensaba Hobbes. Pero eso es asunto de otra columna. En esta estamos hablando de la maldad masculina.  De ser eso cierto, sería la testosterona la hormona definitoria de la violencia universal. Los hombres, genéticamente, están programados para la violencia y la guerra.

De hecho, no sólo los hombres hacen más guerras, también se suicidan más, y se matan más en accidentes de tránsito. ¿Pero por qué lo hacen? ¿Por qué la testosterona los hace violentos? En esto también las feministas, con su lucha por desmontar las representaciones sociales del patriarcado, apuntan al lugar correcto: los roles sociales que deben cumplir los hombres le dan contorno a esa violencia. 

Robert Sapolsky, el neurocientífico de la Universidad de Standford, asegura que la testosterona no crea “agresividad de la nada”. Más bien, lo que hace es potenciar conductas de acuerdo con el contexto en donde se encuentren los individuos.  Sapolsky ha observado babuinos por décadas estableciendo sus diferencias de comportamiento según su ambiente. En uno muy violento y competitivo, la testosterona amplifica comportamientos agresivos como pelear o entrar en guerra. Pero si el mono está en un ambiente tranquilo, donde el estatus no se gana golpeando a otros sino, por ejemplo, formando alianzas o cuidando a otros miembros del grupo, la testosterona amplifica esas conductas sociales positivasen lugar de la violencia.  

Sapolsky refuta la afirmación de la violencia por naturaleza, del gen maligno de los hombres. El comportamiento humano responde a distintas interacciones de carácter social y genético. Las representaciones sociales, los valores y las creencias son definitorias en las conductas. La violencia y la guerra no es entonces la naturaleza de los hombres.  

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/juan-pablo-trujillo/

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