Las políticas económicas alrededor del mundo son formuladas privilegiando una perspectiva. La escuela neoclásica de la economía es el paradigma predominante en las decisiones de la mayoría de los gobiernos alrededor del mundo. Con contadas excepciones, la ortodoxia en la praxis económica la determinan los neoclásicos. Pese a la existencia de muchas escuelas con distintos supuestos y herramientas, las consideraciones de Alfred Marshall, Vilfredo Pareto y compañía son palabra sagrada en los formuladores de política pública.
Los neoclásicos son, sobre todo, fundamentalistas del libre mercado. Si bien antes del Consenso de Washington no había un acuerdo frente a la posibilidad de que el Estado pudiera intervenir la economía, y muchos dentro de esa escuela defendían la regulación ante los fallos de mercado, hoy los neoclásicos están más cerca de sus primos los austriacos y son furiosos en su oposición a la intervención estatal. No obstante, las razones para hacerlo distan en un aspecto fundamental.
En el caso de los neoclásicos se asume que los individuos actúan de manera racional, maximizando su utilidad a toda costa a través de un análisis de costo beneficio. Dicho de otra manera, los individuos toman decisiones racionales y cualquier intrusión en esa dinámica es considerada una afrenta al principio de libertad individual, el más importante de la escuela neoclásica.
Los austriacos — es decir Von Mises, Hayek y los demás— tienen una mirada más escéptica sobre el poder de la racionalidad de las personas, y en ese sentido, mucho más ajustada a la complejidad humana. Sus conclusiones frente a la inconveniencia de la intervención estatal parten del hecho de que no es posible que los seres humanos sean racionales en el sentido neoclásico, pero esto no deriva en que sea necesaria la intervención estatal. Todo lo contrario, dado que la acción humana está lejos de ser óptima en términos racionales, la mejor decisión es no intervenir el orden espontaneo de los mercados, pues una acción que busque solucionar una falla, puede causar incluso más daño.
Los austriacos y los neoclásicos coinciden, desde presupuestos distintos, que no hay ninguna razón para intervenir los mercados, y que las políticas económicas deben promover la creación de mercados más libres, con lo paradójico que resulta esa afirmación de alentar la constitución de mercados bajo la premisa de la existencia de un “orden espontáneo”. Uno de los políticos más populares en la actualidad, el presidente Javier Milei, es un fervoroso seguidor de estas premisas, sobre todo de las austriacas.
Importa muy poco que la semana pasada por ejemplo haya tenido una reunión con las empresas privadas de salud argentinas conocidas como las “prepagas” para acordar una subida de los precios controlada en el costo de sus afiliaciones, lo que constituye una intervención directa del Estado en el mercado. El presidente argentino sostiene, cada que puede, que las fallas de mercado no existen, y que aun si existieran, no habría ninguna justificación de intervención pues la acción estatal podría ser incluso más contraproducente. Milei es celebrado por muchas personas. La receta que aplica en Argentina basada en los supuestos neoclásicos y austriacos se presenta como un milagro que debe replicarse. El problema con su celebración es que muy pocas veces, por no decir ninguna, los éxitos económicos de los Estados han resultado de la miopía económica, es decir, de la aplicación doctrinaria de los principios de una sola escuela de la economía. Todo lo contrario, los recientes milagros económicos— China, los tigres asiáticos y demás— son el resultado de una combinación de políticas que privilegian lo mejor de varias escuelas. La catequesis económica y la miopía casi siempre salen mal.
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