Para escuchar leyendo: Mara, Víctor Heredia.
Se llamaba Sara, por mucho que quieran ocultar su nombre y su historia. Se llamaba Sara porque así lo había querido, porque era la dueña de su destino; se llamaba Sara porque sí, sin tener que darnos explicaciones ni a usted, ni a mí, ni a nadie.
Se llamaba Sara, como mi mamá; su nombre ha sido siempre mi hogar, su nombre ha sido siempre sinónimo de ternura. Se llamaba Sara, se llamaba y amaba, amaba y merecía vivir.
Se llamaba Sara y unos canallas la violentaron, la humillaron y la asesinaron de la forma más cruel que imaginaron. Se llamaba Sara y unos desalmados la grabaron, haciendo mofa de su tragedia, regodeándose en su dolor y prohibiendo a quienes querían ayudarla hacer algo por su humanidad. Malevos ruines que tratan de llenar el vacío de sus miserables vidas con las visualizaciones y me gusta de las redes sociales.
Ahora nos damos golpes de pecho, ahora gritamos y nos desgarramos las vestiduras exigiendo acciones inmediatas. No faltan los oportunistas que hacen política con su existencia, con su dolor y con su tragedia; rayando incluso con el ridículo están los que convirtieron su imagen en la quebrada en una suerte de dibujo de Estudio Ghibli ¿Cuál es el proceso neuronal que le lleva a alguien considerar buena idea semejante estupidez?
Queridos lectores, aquí no hay intento alguno de escrito reflexivo; esta es una perorata de quien sabe, impotente, que el dolor de Sara se nos va a olvidar en unos días, que los que hoy gritan y exigen acciones van a estar mañana opinando de la noticia del momento con el mismo tono envalentonado que hoy enarbolan. Sepan disculpar a este pobre pendejo.
Perdonános, Sara. Perdoná nuestra locura colectiva, nuestra incapacidad de reconocernos diferentes, perdoná nuestras instituciones insuficientes y nuestra sociedad enferma que hoy te arrebata. A vos te falló toda una nación. Ojalá hayás encontrado la paz y la dicha.
Ánimo.
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