Que no te consuma

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La incertidumbre es una de las condiciones más incómodas para cualquier sociedad. Nos confronta con lo desconocido y nos empuja, en muchos casos, a reaccionar de manera abrupta. Paradójicamente, también es uno de los mayores catalizadores del cambio. Nos obliga a salir de nuestra zona de confort y a replantear nuestras decisiones cuando una crisis comienza a avistarse en el horizonte.

En los últimos días, las noticias han llegado en cascada, cada una más inquietante que la anterior. Desde la inestabilidad en el consejo de ministros hasta la guerra comercial que recrudece las tensiones internacionales, pasando por los problemas estructurales que enfrenta el país, la incertidumbre se ha convertido en el común denominador de nuestra cotidianidad. Si tomamos en cuenta la historia reciente, podríamos decir que este es uno de los periodos más inciertos desde la crisis generada por el COVID-19.

Desde una perspectiva económica, la incertidumbre es una de las mayores amenazas para la estabilidad y el crecimiento. Erosionando la confianza en las instituciones que sostienen el tejido empresarial, paralizando inversiones y restringiendo el flujo de capitales, la incertidumbre dificulta la toma de decisiones tanto en el ámbito personal como en el estatal. Sin estabilidad, la planificación a largo plazo se vuelve una tarea titánica, y la eficiencia económica se resiente.

Hoy, millones de colombianos viven en incertidumbre constante. No sólo porque enfrentan el desempleo, la pobreza o la inseguridad alimentaria, sino porque la estructura económica no les ofrece garantías mínimas. Para muchos, la incertidumbre no es un fenómeno coyuntural, sino una condición permanente: no saben si podrán costear su alimentación, dónde dormirán esta noche o si su hogar estará seguro ante el conflicto que aún persiste en varias regiones del país.

A esta ya compleja situación se suma una crisis administrativa sin precedentes. La falta de claridad en el liderazgo de los ministerios y la parálisis institucional agravan un panorama donde las decisiones estratégicas se diluyen en la incertidumbre política. Sin una hoja de ruta clara, los procesos clave de inversión social y desarrollo económico quedan en un limbo, afectando aún más la estabilidad de quienes ya se encuentran en condiciones vulnerables.

El panorama inflacionario tampoco da tregua. Con precios que se resisten a ceder y costos arancelarios trasladados directamente al consumidor, el poder adquisitivo de los hogares sigue disminuyendo. Mientras tanto, los exportadores colombianos, que encuentran rentabilidad en vender en dólares al extranjero, difícilmente volverán su mirada al mercado interno, desplazando sus costos al consumidor nacional y limitando el acceso a bienes esenciales.

La incertidumbre no es solo una sensación de desasosiego; es una variable económica con efectos tangibles. Se verá reflejada en el crecimiento, en la inflación, en el empleo, en la inversión y en la estabilidad institucional. También en las relaciones internacionales, en la capacidad de respuesta ante crisis sociales y en la sostenibilidad de las empresas.

El futuro cercano no nos promete certezas. Lo que sí podemos anticipar es que la incertidumbre seguirá en aumento. Ante este escenario, la pregunta que deberíamos hacernos no es solo cómo sobrellevarla, sino cómo gestionarla de manera estratégica. La respuesta, aunque incómoda, es clara: con austeridad, con cautela y con una planificación rigurosa. No hacerlo significará sucumbir a una espiral aún más profunda de inestabilidad, en la que la incertidumbre no solo nos acompañará, sino que también, podrá llegar a consumirnos.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/carolina-arrieta/

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