¿Otro fin del mundo?

¿Otro fin del mundo?

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Hagan sus apuestas, gente. Tienen tiempo para pensarlas, pues aún estamos lejos de la fecha en que se dicte la última palabra.

El objeto sobre el cual apostar es la suerte del asteroide 2024 YR4. La Nasa dice que hay un 2,3 por ciento de posibilidades de que choque contra la Tierra. La Agencia Espacial Europea da otro número: 2,7 por ciento.

Sin afanes, que el impacto, de ocurrir, sería el 22 de diciembre de 2032. Y aún son mayores las posibilidades de que este cuerpo siga su camino… Pero el porcentaje era, hasta antes del jueves pasado, del 1,2 %. El meteorito que más chance tuvo de golpearnos recibió un tres por ciento por allá en 2004.

¿Pone en riesgo la existencia de la humanidad? ¿La suya en particular? La respuesta es no, a menos que este objeto —demasiado pequeño para causar una catástrofe global y extinguirnos (de eso ya nos estamos ocupando nosotros, por demás)— caiga justo en el sitio donde usted vive. ¡Cataplum!

¿Dónde será eso? El Centro para el Estudio de Objetos Cercanos a la Tierra de la Nasa (sí, hay una oficina encargada de eso) ha “delimitado” la zona de impacto a un gigantesco corredor que incluye el este del océano Pacífico, el norte de Suramérica, el océano Atlántico, África, el mar Arábigo y el sur de Asia.

Al contrario de lo que ocurre en todas las ficciones apocalípticas de Hollywood, Estados Unidos parece estar a salvo, por lo menos de meteoritos. Del fascismo que eligieron sus ciudadanos claro que no. Aunque, si el retorno al poder de los fascistas es nuestro presente y futuro inmediato, ojalá el 2024 YR4 afine su puntería… y acelere.

Pero hay otra opción, porque quién sabe qué encontrará ese meteorito si el planeta Tierra se cruza en su  trayectoria. O viceversa. Desolación, quizá.

Y no es que ande poniéndome trágico. El fin del mundo está a 89 segundos, mandaron a decir los miembros del comité de expertos convocados por el Boletín de Científicos Atómicos. Un segundo menos que el año pasado.

No necesitamos una roca espacial, ni siquiera una como esa, de nivel 3 en la escala de Turín, signifique eso lo que signifique. ¿Para qué? Tenemos activas y a buen cuidado nuestras propias acciones que nos llevan camino a la destrucción.

Ahí sigue, sin que parezca haber interés alguno en detenerla, la proliferación de armas nucleares. Continuamos con las acciones que no le dan tregua a la continua crisis climática. Cada día se activa una más de las infaltables guerras que han marcado el camino de la humanidad y que pierden siempre los mismos (sobre Gaza, dice Trump, creará una “riviera”. Palestinos, abstenerse, puede que pongan en las puertas de entrada a los futuros complejos turísticos erigidos sobre las ruinas de un pueblo. ¡Y aquí hay quien lo aplaude!).

Y tenemos, además, las amenazas biológicas, la certidumbre de futuras pandemias y la falta de regulación —y de ética— de ciertos avances tecnológicos, como pasa con la inteligencia artificial, que se bebe miles de millones de litros de agua mientras le preguntamos toneladas de boberías, como: “¿Cuánta gente en el mundo no tiene acceso a agua potable?”. Dos mil doscientos millones de personas, es la respuesta.

Que el mundo se está acabando desde que empezó es una verdad de a puño. Lo terrible no es eso, sino este acabose lento, por etapas, casi imperceptible.

Este fin de la humanidad donde nos levantamos todos los días a la misma hora, autoexplotándonos para pagar facturas de tarjetas de crédito con las que compramos cosas que queremos, pero no necesitamos, mientras nos preocupamos por las mismas naderías y egoísmos de siempre. Lo triste es este final que nos encontrará en los escritorios trabajando y no, qué sé yo, en la cima de una montaña, abrazando a quien queremos, disfrutando del espectáculo.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/mario-duque/

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