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El fin de semana corría entre árboles, corría sintiéndome indomable, y me topé con un señor que caminaba despacio. Se le iluminó la cara y sonrió con una sonrisa de esas que mezclan emoción y terror. Yo corría y ese hombre con más canas que años por delante me dijo ¡guapa!, me dijo ¡muy bien!, me dijo yo ya no corro…, me dijo sin decirme qué dura es la vida…, esta es la vida. Entonces corrí con culpa, con agradecimiento, con compasión, con terror, con llama, con urgencia. Corrí para apagar los incendios del mundo por dentro.
Porque uno a veces se levanta y se pregunta quién es. Para qué. Para qué si el mundo es eso que llora todos los días. Esto que hoy aúlla en un retroceso violento, delirante. Y entonces corriendo —o escribiendo o leyendo o contemplando el baile de las hojas de los árboles al viento— uno ve destellos de eso que uno es. Recuerda para imaginar futuro. Para resistir.
Leí esta semana que el músico estadounidense (hoy francés) William Christie se negó en su juventud a que lo reclutaran para la guerra de Vietnam y se fue a vivir a Francia el resto de su vida, entre arte, música y jardines. Entonces pensé en lo que es la valentía. La valentía es decir no a lo que no es uno, decirle no a convertirse en una máquina de sangre o de dinero o de poder. Decirle no a lo que otros creen que es la valentía. La valentía es usar la voz y gastarse la propia vida en lo que uno siente que es vivir. Elegir un camino es no seguir la vía pavimentada, ni siquiera las huellas pisadas millones de veces por rebaños a lo largo de los años entre la hierba o por la montaña, sino observar alrededor, dentro, conectarlo todo y sentir un imán desde una dirección desconocida que puede parecer descabellada, y agarrar un machete para abrir una senda. Como quien decide que no quiere esfumar sus años esclavo de una oficina, o quien decide no tener hijos o no ser patriota de patrias que le son ajenas. Como quien recibe el zarpazo de su eco cuando les dice a los que más quiere que piensa distinto.
Hay que pensar para no ser borrego, para vivir una vida propia que, en todo caso, traerá sorpresas. Porque nadie sabe lo que le traerá lo que elige, pero ayuda enfrentarlo con la luz de ser uno mismo, de no haber andado a ciegas, sino haber hecho lo que a uno le parecía que era vivir.
Escribió Leila Guerriero en una columna sobre esa selva sin ley, ese caos, que fue la niñez, y dijo: “Sentir nostalgia de eso es como sentir nostalgia de un incendio. Pero ese incendio éramos nosotros. Una llama más en el inmenso ardor de todas las cosas. ¿Dónde estamos? ¿Qué quedó?”. Ese incendio, lo que queda muy adentro, es la guía mientras uno corre sintiendo que se va a desvanecer. La valentía es, en medio de este vendaval, seguir protegiendo y agarrando esa llama, aunque queme, y la convicción cuando uno, ya avanzado el camino, pueda decir: fui yo mientras pude.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/catalina-franco-r/