La valentía de los «ninis»

La valentía de los «ninis»

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Los seres humanos somos reduccionistas y polarizadores por naturaleza. Solemos ver y adjetivar las realidades en términos de extremos: blancos y negros, buenos y malos, derecha e izquierda, entre otros pares o dialécticos o dialógicos, como lo diferenciaré más adelante. Vemos, pero poco nos detenemos a mirar tantos matices que tiene la realidad.

Como casi todos los rasgos de la personalidad, positivos o negativos, hay culturas que los ponderan y acentúan, y otras que los subvaloran y hasta los censuran, en ocasiones de manera contradictoria.

En Colombia, por ejemplo, criticamos la polarización al tiempo que nos encanta promoverla. Estamos en el podio de los países más polarizados y polarizadores del mundo. Y no contentos con las divisiones internas, nos encantan meternos en las de los demás. En algunos círculos sociales se habla tanto o más de Maduro, Trump o Javier Milei, por ejemplo, que sobre nuestras realidades locales, con más impacto en nuestro diario vivir y convivir.

Lo paradójico de la polarización es que a veces el mismo criterio que utilizamos para condenar a unos, lo usamos para alabar a otros. Casi por lo mismo que le decimos patán a Maduro ensalzamos a Trump o viceversa. Más aún, atributos que alguna vez valoramos, luego los percibimos como defectos y al revés: virtudes de hoy, fueron manchas de ayer.

Los seres humanos somos uno y muchos a la vez; individuos y dividuos al tiempo. Ponernos de acuerdo con nosotros mismos no es fácil: son muchas las voces que hablan dentro y a través nuestro Ni qué decir de ponerse de acuerdo con otra persona, igualmente ambivalente y polivalente como nosotros.

En medio de los extremos, que por supuesto existen, hay una fuente inagotable de grises y colores en nuestros pensamientos y emociones. Entonces, ¿por qué no asumimos la ambigüedad, la contradicción y las incoherencias propias y aceptamos las de los otros?

No nos educaron para asumir naturalmente las diferencias, por eso es que casi todas terminan en conflictos, y muchos de estos en guerras, intestinas, internas o externas. A lo sumo nos enseñaron a ver y respetar los opuestos, como en la dialéctica, pero no nos educaron para entender que entre los antagonismos, hay, al tiempo, complementariedad, como lo enseña la dialógica y el pensamiento complejo, en red, multicausal, que es el que se corresponde con la naturaleza de cuanto existe. Por eso no entiendo, o quizá esto lo explica, que las personas que se identifican con el centro, vivan enclosetados, con vergüenza y se dejen matricular donde los polarizados quieren.

 
Esa concepción simplista, lineal y reduccionista del mundo, nos vuelve dogmáticos y sectarios, hasta el punto que nos enreda la existencia y la convivencia: el que no está conmigo, está contra mí; toda una lucha paranoide con la sociedad, como si no bastara con la interior.

En la política nos insisten en que solo existe la izquierda y la derecha, que no es posible el centro, cuando es lo más humano, como expuse en otra columna aquí titulada ¿Cuál es la mejor ideología?, y lo he tratado tangencialmente en otras columnas.

En una posterior, expondré para mí que implica ser de centro. Un adelanto: no celebrar los hechos y las decisiones en abstracto, sino en concreto. Por ejemplo, que la economía la manejan mejor los privados que el Estado. Los estados no manejan nada, los que administran y gobiernan son personas y grupos, no una figura jurídica. ¿Las economías de Finlandia, Noruega y Dinamarca, que tienen alta intervención del Estado funcionan muy mal? O, para no ir muy lejos, Ecopetrol y EPM, entidades estatales en Colombia, en donde dizque no funciona el estado, fueron por muchos años los paradigmas de productividad.

Ir a lo concreto nos impide caer en entelequias, cosas sin sentido, como que el mercado se regula solo, porque funciona como una “mano invisible”. Como es de sentido común, y Alfred Chandler se encargó de sustentarlo, la mando es bien visible y son los dirigentes empresariales.

Pasa en la política, en la economía, y también en otros ámbitos, como en la académica y en la empresa, y más a personas que somos docentes y hacemos consultoría al tiempo. En la académica nos critican por no ser intelectuales y en la empresa por ser muy filosóficos. No entienden algo tan básico como el rol de traductor que implica la consultoría.

Y que no lo entiendan a uno, vaya y venga, el problema es que los que piensan de manera binaria, normalmente andan etiquetando a las demás personas con las marcas que a ellos les parece o les conviene. Y el tema se vuelve inquietante es cuando el rótulo se convierte en lápida; cuando al que no es uribista le dicen guerrillero o al uribista le dicen paraco.   

No me canso de repetir que el mal más apremiante de este país es la polarización, porque se vuelve paralizante y es la cortina de humo que no deja ver bien ni atender los males mayores, que son la inequidad social y la corrupción. Vivimos de escándalo en escándalo.

Una forma de contribuir a bajarle decibelios al aturdidor ruido de la polarización es que si somos ninis, como le dicen a Fajardo, más allá de si lo es o no, salgamos del clóset y asumamos nuestra condición.

Yo hace mucho la asumí, en política y en otros ámbitos, y tengo claro que el monto de soledad e incomprensión que hay que pagar es alto, y duele muchas veces, porque en el camino quedan hasta familiares y amigos, dogmáticos, sectarios o miopes, pero seres queridos al fin, pero la dignidad compensa ese dolor. Y usted, compañero “tibio”, no cree que ya no hay más espera para mojarse, y, si se quiere, para calentarse. Sea valiente y salga del clóset.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/pablo-munera/

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