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La democracia es, entre otras muchas cosas, una confrontación, y los muros, físicos y virtuales, son uno de sus campos de batalla. En la misma semana, mientras en Medellín se borraban murales y grafitis alusivos a la búsqueda de desaparecidos en el contexto de la Operación Orión y al estallido social, en algún lugar de la incendiada California, Marck Zuckerberg, dueño de Facebook (Meta), anunciaba que en adelante desaparecerían los verificadores de contenido (fact-checkers) de su plataforma. ¿Quién puede publicar? ¿En dónde? ¿Qué se puede decir? ¿Quién autoriza, controla o prohíbe contenidos y mensajes? La libertad de expresión y de creación artística, sus límites y alcances, son temas fundamentales en cualquier democracia y, como pasa con el ejercicio de otros derechos, requieren siempre de discusiones y debates a partir de la historia, la institucionalidad y el contexto particular de cada sociedad.
En Medellín, tanto un grupo de personas (liderados por un concejal de derecha) como la Alcaldía, han borrado murales. Los primeros, sin ningún sustento legal, han dicho que lo hacen para enfrentar a las fuerzas de izquierda que usan el espacio público para promover su causa, mientras que el Alcalde, al que le encanta hablar de la “tacita de plata”, salió a decir que “una cosa es el graffiti y otra el desorden de quienes quieren generar caos y poner fea y sucia la ciudad”. Rápidamente algunos de sus secretarios y funcionarios, conscientes del berenjenal en el que se metía el burgomaestre, salieron a explicar que la razón para borrar el mural había sido la falta de permiso que, según el Acuerdo 10 de 2020, este debería tener.
Y es verdad que la ciudad tiene una normatividad para el arte urbano y que la Alcaldía sostiene una interlocución activa con algunos colectivos de artistas. Reconociendo que la idea de buscar espacios de encuentro entre creadores urbanos y administración es positiva, hay que decir que tratar de institucionalizar la creación artística es complejo, riesgoso y, en mi opinión, contrario a la dinámica misma del arte. Una cosa es reglamentar qué espacios se pueden intervenir, lo cual es necesario; otra entrar a definir qué imagen o mensajes se censuran según el Acuerdo 10. ¿Cómo y por qué, por ejemplo, se considera que un mural incita al odio? Recordar que el ejército nacional fue responsable de miles de asesinatos de civiles desarmados ¿incita al odio? Señalar que la cúpula de las antiguas FARC es responsable de miles de reclutamientos de menores de edad y de secuestros ¿incita al odio o afecta la reconciliación? Pintar al expresidente Uribe acompañado de un texto que dice “Yo di la orden” (frase que efectivamente dijo) ¿incita al odio o es injurioso? Para seguir con el expresidente; pintar un mural en donde salga con los brazos en alto acompañado de un texto que dice: “Gracias, presidente”, ¿está prohibido porque es político-electoral? (Es director de un partido político)
El grafiti tiene una carga política histórica y los artistas urbanos han utilizado sus plataformas (sonoras, visuales, plásticas) como vehículos para compartir su postura ideológica y para denunciar aquello que creen injusto. La libertad de expresión significa que existe un lugar para posiciones minoritarias, impopulares y que incluso nos molesten a algunos. Convivir con expresiones que no nos gustan o que nos parecen “feas o sucias” o inconvenientes es un costo muy pequeño que pagamos por el bien mayor que significa el derecho de expresarnos libremente.
Mientras escribo está columna me entero de que el mural de Pablo Escobar que existía hace muchos años en el barrio conocido con el mismo nombre (Comuna 9, Medellín) ha sido borrado. En el video compartido por la Alcaldía, aparecen ciudadanos del barrio diciendo que están de acuerdo con la intervención. Que el proceso se lleve a cabo con la ciudadanía es importante, pero quedan preguntas. ¿Tenía autorización el mural? En caso de no tenerla, ¿por qué se tomaron tanto tiempo en borrarlo? En el mural de las madres buscadoras pasó un día entre pintada y borrada. Si el mural del capo del narcotráfico no tenía autorización, ¿por qué no sustentan su eliminación en la violación de la norma? Finalmente, así como se dialogó con los habitantes del barrio Pablo Escobar ¿no era posible dialogar con los autores del mural de las madres buscadoras para proceder de manera consensuada? La aplicación de la normatividad, como vimos antes es, per se, compleja, pero si a eso se le adiciona selectividad y arbitrariedad el problema es mucho mayor.
Y como el debate es profundo y estructural, en el caso de los muros virtuales de Facebook (con 3000 millones de usuarios) el riesgo que es la avalancha de mentiras y manipulación. Al borrar a los verificadores, la red social se verá invadida de noticias falsas, videos intervenidos con IA y violencia en sus más diversas presentaciones. La presencia de Zuckerberg, al lado de Musk y Bezos, en la primera fila de la posesión de Trump nos explica muy bien esta nueva decisión. El negocio es el negocio y ni las mentiras ni la propagación del odio deben limitarlo. No hay fórmula o receta única y estática para reglamentar el derecho a expresarse libremente, pero lo que no puede pasar es que los ciudadanos seamos sometidos al gusto, capricho o interés coyuntural del gobernante o del multimillonario de turno. La memoria, el arte, la creación, la opinión, en últimas, la democracia, son demasiado importantes para entregarlas a quien sea.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/santiago-londono/