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Una madre, en ese momento con 47 años, conversa con su hijo de 26 en una casa de clase media-alta del occidente de Medellín mientras ven noticias en la televisión. En la pantalla desfilan las Madres de la Plaza de Mayo en Argentina y la mujer dice: “¿Qué sentirá una madre que pierda a su hijo así? Menos mal en Colombia no hay desaparecidos”. Es 9 de julio de 1984 y menos de tres meses después, en la vereda Verdún del Municipio de Jardín, Antioquia, el Ejército Nacional detendrá a ese joven, lo torturará, lo montará a un camión y, en una zona alta del mismo municipio, lo asesinará y lo desaparecerá.
Los hechos trágicos del 3 de octubre de 1984 convertirán a Doña Fabiola Lalinde, empleada de Almacenes Ley, madre de 3 hijos y una hija, devota católica y disciplinada tomadora de apuntes y notas, en una poderosa representante de las víctimas de la desaparición forzada (en general de las víctimas de violaciones de los derechos humanos) y en una voz firme, legítima, incansable, rigurosa y contundente en la búsqueda de la justicia y en la construcción de una democracia decente.
Como si fuera una avalancha, el país en el que “menos mal” no había desaparecidos, quiso arrasar con esta mujer que esta madre que rezaba con devoción. Desde la primera reunión con los asesinos de su hijo, Doña Fabiola fue fiel a lo que muchos años después definiría como: una “lucha minuciosa, dentro de los marcos legales” en la que no traicionaría “mis convicciones de mujer creyente y amante de la democracia”. A la pregunta del General Nelson Mejía Henao, en ese momento procurador delegado para las Fuerzas Armadas, “¿qué estaba haciendo su hijo por allá? ¿En qué andaba metido?” Fabiola con rapidez, contundencia y claridad le responde que su hijo no era ningún monaguillo y que por su militancia en el Partido Comunista Marxista-Leninista había ido a auxiliar a un guerrillero herido en combate. “No concibo que él haya sido detenido por una patrulla militar y que ahora ustedes no me den razón”. Ante la trampa ideológica y maniquea (“pero era un guerrillero”) Fabiola pone la discusión en el plano de la dignidad humana y de la obligación irrenunciable e imprescindible del Estado de proteger y respetarla.
El nuevo libro de Alonso Salazar, El largo vuelo del cirirí, es una pieza de reportería, crónica y ensayo sobre la vida de Doña Fabiola y la de sus hijos; sobre la desaparición forzada en el país y su efecto sobre la familia; sobre la catástrofe humanitaria que se ha vivido en estas tierras; sobre la soberbia apabullante de un Estado que asesina, desaparece y persigue a quienes buscan y, finalmente, sobre nuestro concepto de democracia, sus fracturas y las columnas aisladas que no han dejado que este sistema termine derrumbándose bajo el peso de sus tragedias y contradicciones.
“La operación cirirí” (así, con c), nació en la cárcel de mujeres El Buen Pastor en los límites de las Comunas 12 y 13 de Medellín. Allá estaba detenida Fabiola desde el 23 de octubre de 1988 por cuenta de un operativo ordenado por el entonces General Jaime Ruiz Barrera en el que, tras un allanamiento, habían encontrado 2 kilos de cocaína en su casa de La Castellana. El estamento militar estaba dolido con la mujer que seguía tocando puertas y pidiendo justicia porque unos meses antes había logrado una decisión histórica en la Comisión Interamericana de DDHH. El Estado colombiano había sido condenado por la desaparición de Luis Fernando Lalinde y el Ejército, que durante largos periodos ha actuado como un Estado de facto sin control dentro del Estado de derecho, decidió que no permitiría tal “afrenta”. En los noticieros el mencionado General anuncia la desactivación de un plan narcoterrorista liderado por la señora Lalinde. En los 12 días de detención, Fabiola en lugar de derrumbarse, organizó sus ideas, identificó los retos y construyó el relato y la metodología que la llevarían no solo a encontrar los restos de su hijo, sino a poner en movimiento procesos de búsqueda, antropología forense y justicia sin precedentes y con poderosos resultados.
Cuando entrevisté a Alonso sobre su libro le pregunté por lo que más le había impactado de esa Fabiola que conoció y sobre la que investigó en extenso. Señaló que un pasaje al final del libro es un buen ejemplo de lo que, para él, representa Fabiola. El exalcalde narra que en algún momento las madres de policías y soldados buscaron a Fabiola para desplegar la Operación cirirí en las búsquedas de sus hijos secuestrados y desaparecidos por la guerrilla. Una fracción del establecimiento tradicional de los DDHH le “cayó encima” porque iba a permitir que “el enemigo” la usara. Ella simplemente les contestó: “las madres no fueron las que lo desaparecieron (…) y no voy a permitir que politicen el dolor de una madre”. El suyo era el “partido de las mamás”.
Fabiola Lalinde fue una verdadera demócrata y su lucha por el respeto irrestricto de la dignidad humana de todas las personas, no pudo ser ni acallada por el aparato militar y judicial ni cooptada por ningún movimiento o ideología. Para ponerlo en sus propios términos; su “refinado sentido de la venganza” la llevó romper el ciclo de la violencia con la verdad insistente y valerosa por encima de las pequeñas luchas, de los egos políticos y del monstruoso aparato que intentó borrar a Luis Fernando y a miles más.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/santiago-londono/