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¿Cómo se mide la gravedad de los hechos en Colombia? Con la lógica del niño de jardín infantil, que es la lógica de lo concreto y que viene dada desde la comparación y la cantidad. A Polo Polo lo tranquiliza que los asesinatos cometidos por el Estado dentro del fenómeno de los falsos positivos sean mil y pico y no seis mil y pico; A Gustavo Petro le da paz mental decir que más corruptos fueron todos sus antecesores, al referirse al escándalo que forzó la salida del ministro Bonilla. Como si la corrupción se midiera en kilos.
Pero a esta hora Duque y Santos deben estar haciendo cuentas con los dedos para concluir que sí, que lo de Petro ha sido peor y más prominente que lo de ellos. Esa fiebre que padecemos en Colombia viene dada por la conjugación histórica, con todos los tiempos y persona verbales, del verbo transar.
En el libro Por qué fracasan los países, de James A. Robinson y Daron Acemoglu, que les valió el premio Nobel de Economía se sostiene la tesis de que la corrupción y la debilidad institucional es la razón que explica el estancamiento económico o la pobreza de los países.
En Colombia, dice Robinson en una entrevista con María Jimena Duzán esa declaración del carácter transaccional del Estado viene dada desde la constitución de Rionegro en 1863. Parafraseando con algo de irresponsabilidad sus palabras, nuestros padres fundadores dijeron algo así como: violencia, siempre va a haber y hay que convivir con ella, adaptarse. Para eso construyeron un marco legal que permitiera tratados de paz, indultos y amnistías.
Concluyeron que lo mismo pasaba con la corrupción, cosa que se resolvió desde siempre, con repartición (de mermelada o pedazos de pastel) y turnos (para gobernar) entre los liberales y los conservadores.
Pudieron pensar en un Estado central fuerte capaz de conservar la paz y monopolizar las armas. O instituciones con poder real, dotadas para eliminar la corrupción, pero optaron por una lógica extractiva que sentó las bases desde entonces, hasta ahora, para que élites políticas y económicas sacaran provecho en beneficio particular.
Por eso lo que Petro no fue es tan importante. De su gobierno se esperaba una ruptura de esta herencia histórica, el inicio de una trasformación.
Sin embargo, con base en lo que Petro ha sido y, de ahí para atrás, el resto de gobiernos, cabe construir un decálogo de alertas con el cual evaluar la siguiente camada de candidatos. Alguno llegará un día con la fuerza para imponer otras lógicas y dejar un legado que no sea un retrato al óleo en la Casa de Nariño, sino una herencia que esté anudada a las instituciones y por lo mismo pueda tener la continuidad que se necesita, que no es menor a 30 años.
Aquí va la lista:
- El candidato 2026 no puede pensar que Colombia era una historia de éxito hasta que llegó Petro. Colombia es una historia de fracaso como Estado y como proyecto nacional y así hay que entenderla. Una cifra para la muestra: “el producto interno bruto (PIB) per cápita en Colombia en 1872 fue alrededor del 34% del nivel estadounidense (Camacho, 1895; García-Jimeno y Robinson, 2010). Hoy en día es de alrededor del 23%”. Tomo esta cita del artículo La miseria en Colombia, de James Robinson.
- Si el candidato sostiene que el problema es “la izquierda” o “la derecha”, ¡alerta! En Colombia los problemas son mucho más elementales que ese y tienen que ver con carreteras, acueductos, colegios, conectividad: lo mínimo viable para la productividad
- Entre más modesto y realista el programa de gobierno, mejor. A estas alturas de 2024 es posible decir que abarcar lo “total” no funciona.
- El candidato 2026 debe creer que el problema de Colombia está enraizado en la cultura y, por lo tanto, las reformas que proyecte así como el programa de Gobierno deben estar encaminadas a sentar las bases de una transformación de fondo en la mentalidad de los colombiano.
- Cuando el candidato diga que va a llevar el Estado a todos los rincones del país, hay que preguntarle cómo: debe tener una estrategia concreta y hacerla visible.
- Si dice que va a acabar con la corrupción y el clientelismo, también hay que preguntarle cómo. Y ese cómo que responda, deberá tener que ver con el tipo de relaciones que pretenda sostener con el poder legislativo.
- Debe tener claro que las instituciones fuertes se construyen con todos los actores de la sociedad. Las dicotomías amigos-enemigos siempre han sido destructivas.
Hasta ahora, no se ven candidatos con este talante, pero todavía es temprano en la contienda.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/catalina-montoya/