¿Y a ustedes qué les trajo la firma del Acuerdo de Paz?

¿Y a ustedes qué les trajo la firma del Acuerdo de Paz?

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La noticia la encontré esta semana en el Instagram de El Espectador. Una niña dice: “Yo quiero ser doctora y quiero trabajar para conseguir plata, quiero una casa y una piscina”.  En el post explican que se llama Evelin y es la hija de dos excombatientes de las Farc, Segundo y Ana, quienes están convencidos, dicen, de que la lucha armada es inútil. Evelin es una de las 5.921 niños de excombatientes de las Farc.

Sin el Acuerdo de Paz, quién sabe si esa niña tendría a sus papás.

El año pasado estuve en una comunidad de firmantes. Las casas estaban todavía sin terminar, pero se notaba todo el trabajo que habían hecho, y que seguían haciendo, por estar en la vida civil. Tenían varios cultivos, el de chocolate era el más grande y el señor que me lo mostró sabía mucho. Me impresionó el trabajo de las mujeres: tantos emprendimientos marchando. El que más recuerdo era el de jabones. Muy bien hechos, la investigación detrás increíble. Y, sobre todo, lo que no se me olvida es que pese a las dificultades, las varias cosas incumplidas, la pobreza, estaban seguros de que firmar era lo mejor que pudieron haber hecho. Volver a la vida civil era lo que querían. Tener a sus hijos con ellos, verlos crecer. Ellos están cumpliendo.

Así, hay muchas historias que nos demuestran por qué el Acuerdo era un sí indiscutible. Me gusta una propuesta que se llama Manifiesta, moda para la paz. Es una marca, se describen en Instagram, hecha por exguerrilleros y víctimas en zonas de conflicto. En un post del 25 de noviembre dicen: “¿Y a ustedes qué les trajo la firma del Acuerdo de Paz? Si nos preguntan, han sido los mejores ocho años de nuestras vidas”.

Tal vez la tusa más dura que vivimos muchos colombianos fue la del plebiscito: que hubiese tantos otros diciéndole no a la paz era increíble. El sí ganó, sobre todo, en esas tierras donde la guerra se había ensañado. Donde la habían vivido.

Los egoístas son esos para quienes la violencia es un eco, algo que les pasa a los demás. Esos que niegan las víctimas, por ejemplo, o que todavía cuestionan el Acuerdo. Quizá porque la guerra toca con más intensidad a los más pobres,  a esos territorios que están lejos, y que se hacen aún más lejanos porque no los miramos. Están en el olvido. El otro no existe si no lo miro.

Los políticos miran hacia allá solo cuando les conviene. La guerra también es un negocio. No existe si se ve por televisión. No huele, no se siente. No duele. Se apaga con un botón. 

Supongo que quería hablar de la esperanza, de los ejemplos de por qué ha valido la pena el Acuerdo de Paz —y hay que repetir esto—, pese a todos los incumplimientos.

Es difícil en un país donde la violencia no se ha ido, pero nos hemos acostumbrado a ella. Y lo que pienso es en el daño que ha hecho el silencio, en que no hablemos de los temas difíciles ni enfrentemos el dolor. Frente a un muerto, nos dicen: la vida sigue. Y no hablamos de eso, porque seguir la vida es enterrar al muerto y no hablar de él.

No hemos hablado suficiente de nuestros muertos, que son tantos. Ni hemos hablado lo suficiente del dolor del conflicto. Quizá por eso no nos duele que a los demás les hayan pasado cosas: no nos hemos escuchado lo suficiente para sentir que es parte de nosotros.

La mayoría de nuestros libros y series sobre estos temas son sobre los victimarios. Pero hay un caso que demuestra la necesidad de contarnos, de compartir que a muchos nos ha tocado la guerra y que es necesario que lo digamos, que nos encontremos, que se lo contemos a otros: los tantos lectores del libro de Sara Jaramillo Klinkert, Cómo maté a mi padre. Esta semana llenaron el teatro Metropolitano de Medellín para celebrar los cinco años de la publicación. El libro es sobre el papá de Sara, que asesinaron cuando ella era niña. Otro ejemplo que me gusta es el de El olvido que seremos, de Héctor Abad, que ha sido también tan leído.

Pero nos faltan más. Más historias. Contarnos más. Leernos más. 

A ver si de pronto entendemos que la violencia nos ha moldeado. Que somos un país lleno de víctimas, de vacíos. De pronto así, conversando, escuchándonos, hablando, nos entendemos más. Y no nos vuelve a pasar que le digamos no a la paz. Porque por ahora, se me hace que lo hacemos —más o menos— todos los días.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/monica-quintero/

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