La enfermedad y sus metáforas

La enfermedad y sus metáforas

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La certidumbre de que algún día, tarde o temprano, vamos a morir nos hace vivir cada momento de forma única. Bien lo dijo la poeta Wislawa Szymborska:

Ningún día se repite,

no hay dos noches iguales,

dos besos parecidos,

dos miradas en los mismos ojos.

La idea de morir nos atormenta, hasta el punto de crear un correlato, algo trágico, algo cómico, sobre la posibilidad de ganarle la mano a la parca. Dichas fabulaciones son únicas de nosotros, los humanos. No imagino a mi perro acongojado por la posibilidad de perder la vida, o quejándose de las enfermedades que trae consigo el inexorable paso del tiempo. El canino, fiel a su existencia, moverá la cola desde su nacimiento hasta su muerte.

La existencia a la hora de habitar el mundo es precisamente la forma que distingue al hombre de otras especies. Muestra de ello es que “los hombres sanos” construyen comunicaciones complejas basadas en emociones que transitan de la felicidad al miedo. Cultivan las artes como forma de expresar la vitalidad en múltiples lenguajes, y crean memoria, como una sentencia de que debajo de las estrellas, todas las vidas al terminar sus días serán memorables. Contrario a esto, la historia ha dejado claro que el hombre enfermo, de salud reprochable, estará destinado a reivindicar día a día su estatus en el mundo.

Las metáforas han reemplazado la posición original del hombre, creando una narrativa alterna alrededor de la enfermedad que padece. En el caso de las enfermedades crónicas, como el cáncer, se podrá evidenciar que quienes rodean a la persona que lo sufre esperarán que no se rinda, porque dicho acto significaría abandonar el camino del guerrero y, por ende, la oportunidad de ganar la batalla. Ven en este hombre un infortunio que los conmueve y los incomoda. Por un lado, despliegan acciones empáticas en pro del enfermo. Por otro lado, les genera una sensación de incompatibilidad con su futuro, porque aquel destino que observan les es indeseable.

Quienes ostentan el título de “saludables”, en un acto de tiranía, hacen del enfermo una suerte de héroe con limitados poderes. Primero, se disminuye la capacidad de comprensión de la propia realidad y se establecen mensajes que no representan la situación que se vive. Muestra de ello son las respuestas que se esperan ante la pregunta: ¿cómo estás? El enfermo, aunque se sienta mal, deberá contestar: “bien y mejorando”. Se dará por entendido que, después de tanto repetir dicho juicio, terminará aceptando su destino y en el mejor de los casos cambiándolo. Posteriormente, se subestiman creencias bajo el calificativo de “hechos mundanos”, instaurándose la idea de los coaching de la buena vida y su programa intensivo de motivación: “usted es un guerrero” y “una mente sana puede curar un cuerpo enfermo”.

Para los observadores, no hay nada más lamentable que un enfermo desagradecido. Así que, contrariado, el enfermo optará por la resignación como una condición para vivir en paz con los otros, aún a sabiendas de que se limitarán sus derechos sin mayores consideraciones médicas. Se subestimará su capacidad para tomar decisiones, en el ámbito público y privado, infantilizando sus comportamientos. En contravía a lo que la ciencia cree, para el imaginario colectivo, una persona con un diagnóstico de cáncer no puede disfrutar de sus derechos como todos los ciudadanos sin que despierte sospecha. Podríamos decir que, cuando una persona debe defender todos los días su condición en el mundo como paciente, estamos frente al “eterno mito del enfermo”.

Como se podrá sospechar, no todas las enfermedades son socialmente vergonzantes. Parece ser que solo el cáncer es el que vincula de forma aterradora al hombre con la muerte, con el abandono y con la pérdida de su dignidad. La literatura lo ha dejado claro: enfermedades igual de letales, como la tuberculosis, han sido catalogadas como románticas. Solo bastará recordar a la figura de Margarita Gautier de La dama de las camelias, de Alejandro Dumas. Su figura lánguida y venida a menos por la afectación pulmonar, es recordada por terminar su vida en el lecho de manera poética. Distinta sería la lectura si la protagonista de la novela hubiese padecido de cáncer en el colon, los genitales u otras partes impúdicas para la moral del espectador.

Entonces, ¿cuál es el propósito de la vida?, ¿qué hace que una vida llegue a su fin de una mejor manera que otra?, o ¿tenía razón Nietzsche cuando afirmó que la «gran salud» es el estado que alcanza quien es capaz de soportar el «gran sufrimiento»?

Las metáforas que se han creado alrededor del cáncer han puesto una carga extra sobre los cuerpos. No bastará con tener buena salud, para ostentar el estatus de vida digna, sino que se deberá garantizar la posibilidad de ser feliz, sin eufemismos que anulen otras emociones culturalmente calificadas como tristes. Es allí en la vulnerabilidad, en el habitar la existencia de una vida frágil, donde se encuentra la fortaleza para seguir siendo un ciudadano y no un guerrero.

Mi solidaridad con todos quienes han sido diagnosticados con alguna enfermedad crónica. En especial, agradezco a Santiago, amigo y familiar, que hace poco fue diagnosticado con cáncer en el esófago. De sus conversaciones pude entender que, en el afecto, muy fácilmente, se suelen camuflar metáforas que poco o nada contribuyen a su bienestar.

*Según la plataforma Cuenta de Alto Costo (CAC), el cáncer representa la segunda causa de muerte en el mundo, causando aproximadamente 10 millones de muertes en 2022. Además, se calcula que el 70% de estos casos se presentaron en los países de medianos y bajos ingresos. En Colombia, en el periodo 2023, se notificaron 58.813 casos nuevos reportados (CNR). De estos, la mayoría residen en la región Central con un 32,7% de los casos, en la Caribe con 20,0% y en Bogotá, D.C. con 17,8 %. El 58,4% de los CNR fueron diagnosticados en mujeres.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/juan-carlos-ramirez/

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