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Exposiciones de los estudiantes. La propuesta fue elegir un tema de su interés y hacer una presentación de aquello que indagaron al respecto. Hubo recomendaciones técnicas y conceptuales. Lo que llamó la atención fueron los temas elegidos: violencia de género; feminicidios; explotación sexual; gentrificación; migración; y, de manera muy recurrente, temas relacionados con la salud mental en los jóvenes.
El ejercicio puede ser leído como una radiografía. Deja ver las preocupaciones de personas muy jóvenes; las fisuras que ya duelen y las angustias propias de esta época. Entonces, que hablen de sus preocupaciones sobre las fracturas en la salud mental es, más que alarmante, un buen indicio de que algo empieza a mejorar.
Es decir, hace apenas unos años, las palabras depresión, ansiedad y, sobre todo, suicidio, pertenecían al mundo de lo innombrable. No se pronunciaban o, en el mejor de los casos, se verbalizaban bajando el volumen o disfrazándolas con otros términos menos aterradores.
Hoy sabemos pronunciar sus nombres, comprender causas y síntomas, hacer diagnósticos adecuados, acompañar, buscar ayuda. Pero este camino apenas empieza. Las universidades, cada día más conscientes, ofrecen espacios y planes de bienestar enfocados en atender la salud mental de estudiantes, docentes y personal administrativo. El Ministerio de Educación diseñó la plataforma Bienestar en tu mente para ofrecer herramientas y promover estilos de vida saludable.
Como esas, hay múltiples iniciativas que, además, ayudan a mantener el tema en la agenda pública, para seguir generando opciones. Sin embargo, hay elementos que se nos están olvidando: atravesamos días muy oscuros; pero el mensaje para los estudiantes es que se preparen para el éxito.
Miramos afuera y el mundo en guerra. Miramos para adentro y las noticias no son más alentadoras. Y los estudiantes universitarios, con la ilusión de cambiar sus realidades, reciben de los medios y de las redes mensajes que promueven estilos de vida excluyentes, ambiciosos y de opulencia desmesurada. Les insisten en ideas de éxito que dependen de sus esfuerzos individuales y refuerzan la poca resistencia a la frustración.
Somos los docentes los llamados a hacer los ejercicios de traducción. A mostrar que a la angustia propia de la condición humana le estamos añadiendo discursos falaces, súper competitivos y en extremo exigentes.
Es en las aulas donde debemos preguntarnos por nuevas maneras de coexistir. Por otros significados del éxito. Es allí donde hay que validar los procesos, no solo los resultados. Las condiciones que afectan la salud mental de los estudiantes están relacionadas con cómo perciben que el mundo que habitan les exige. No depende solo de la experiencia universitaria, sino de lo que ven afuera. Y de lo que no ven: de la incertidumbre presente y futura.
Los docentes tenemos la responsabilidad de plantear reflexiones críticas; otros caminos. Es en la clase donde vale la pena proponer metodologías solidarias y alegres. Con estructuras éticas y estéticas, donde los estudiantes se apoyen para ver que sus mundos, en comunidad, sí pueden funcionar de otras maneras.
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